La depresión: un desafío desde la fe

Autor: Padre Guillermo Juan Morado

 

 

Promovido por el Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, se ha celebrado en el Vaticano (del 13 al 15 de noviembre) una Conferencia Internacional sobre "La depresión". El tema desborda el interés meramente médico y suscita la atención de la sociedad en general y también de la Iglesia. ¿Qué es? ¿qué factores sociales y culturales pueden favorecer su aparición? ¿cuál ha de ser la respuesta que la Iglesia puede dar a quienes se ven afectados por esta dolencia?

La reflexión sobre estos interrogantes no es baladí, si consideramos que cientos de millones de personas en el mundo se ven afectadas por la "depresión", esa temida palabra, por otra parte ya familiar. Más allá de sus síntomas clínicos, que permiten el diagnóstico médico, la depresión se presenta como un padecimiento del alma, que atenaza a quien lo sufre. Cada vez son más los que, en algún momento de su vida, han sucumbido ante lo que experimentan como la insoportable pesantez y gravedad de la existencia. La vida aparece cargada de tedio, de aburrimiento, de hastío. La víctima de la depresión desearía, tal vez, arrinconarse en una esquina y dejarse morir. La subjetividad, cautiva por esta dolencia, expande su pesimismo sobre todo, especialmente sobre el futuro, sobre el mañana, más temido que esperado. Las consecuencias que puede acarrear para el enfermo pueden ser varias: baja laboral, problemas familiares y, en el límite más dramático, incluso el suicidio.

Además de las diversas causas que pueden originar esta alteración del humor y de la afectividad, no se debe minusvalorar el peso, la posible influencia, de factores ambientales presentes en la cultura que nos envuelve. Una cultura demasiado liviana, demasiado vacía de valores, demasiado huérfana de referencias que, lejos de aligerar la vida del hombre, tantas veces la sobrecarga de temor y de tensión. En esta sociedad de la comunicación y de la abundancia, de la competitividad y la lucha, el ser humano amanece solo y confundido, como después de una noche de resaca, tal vez acompañado únicamente por su pobreza, saturado de desengaño y frustraciones, sumergido en la inutilidad de la nada. El Papa, en el discurso a los participantes en la Conferencia, llamaba la atención sobre este influjo de la sociedad: "Es importante ser conscientes de las repercusiones que tienen los mensajes transmitidos por los medios de comunicación sobre las personas, al exaltar el consumismo, la satisfacción inmediata de los deseos, la carrera a un bienestar material cada vez mayor. Es necesario proponer nuevas vías, para que cada uno pueda construir la propia personalidad, cultivando la vida espiritual, fundamento de una existencia madura".

¿Cómo ayudar a vencer la depresión? Es preciso conocer y aceptar la enfermedad, dejándose ayudar para salir de ella. En medio del archipiélago de islas incomunicadas en que se van convirtiendo nuestras ciudades, no siempre es fácil encontrar el apoyo del otro; de la familia o de los amigos, pero hay que procurarlo. Junto a la insustituible labor de los médicos, no debe faltar la cercanía personal. La comprensión, la compañía, la escucha; en definitiva, el saberse amado, vale más que todos los tratamientos, aun cuando estos sean necesarios: "es importante -afirma el Santo Padre- tender la mano a los enfermos, hacerles percibir la ternura de Dios, integrarlos en una comunidad de fe y de vida en la que se sientan acogidos, comprendidos, sostenidos, dignos, en una palabra, de amar y ser amados".

La fe cristiana es un buen antídoto contra la depresión. No es un fármaco más, pero es una ayuda, y una ayuda importante. La fe nace del amor y, por consiguiente, genera confianza. Infunde la convicción de que el hombre es siempre amado por Dios; de que el mundo no es hostil, pues ha salido de sus manos; de que el otro no es un enemigo, sino un hermano. Aun en medio del sufrimiento, ocasionado por una enfermedad que no hemos de entender como un castigo, la vivencia de la fe brinda motivos de esperanza, y proporciona puntos de referencia sólidos para edificar sobre ellos una personalidad madura e integrada. La Iglesia, y la sociedad en su conjunto, no pueden desatender este problema. Más allá del tedio de la vida se alzará así, frente a la desesperanza, la serena certeza de que Dios nos ama.