"Estética y culto iconográfico"

Autor: Padre Guillermo Juan Morado

 


Jesús CASÁS OTERO, "Estética y culto iconográfico", Col. Estudios y Ensayos
– BAC- Teología nº 48, Madrid 2003, ISBN 84-7914-676-1, 485 pp.


El libro que presentamos, "Estética y culto iconográfico", tiene su origen en la Tesis doctoral que Jesús Casás Otero, Director del Museo Diocesano de Tui y Profesor del Instituto Teológico de Vigo, defendió en la Facultad de Teología de Cataluña, concretamente en el Instituto de Teología Fundamental de San Cugat del Vallès. Se trata de un estudio amplio y documentado sobreel culto iconográfico como medio para relacionarnos con la divinidad. 
La perspectiva desde la que se aborda el tema es una perspectiva teológico-fundamental. Trazando una serie de círculos concéntricos, Casás 
Otero encuadra la reflexión sobre el culto iconográfico en un marco más amplio, que es va desde la “belleza” como categoría de la Teología Fundamental al arte”, en cuanto manifestación privilegiada de la belleza y, más en concreto, a las imágenes” cristianas, en su doble vertiente: didáctica y cultual.


Ya desde la introducción del libro, que se abre con una cita de Dostoievsky “La belleza salvará al mundo”), se hace patente la voluntad apologética, dialogante, de esta obra. En un contexto cultural bajo el signo de la posmodernidad, el arte y la belleza se presentan como un patrimonio comúnmente admitido, como una plataforma de diálogo en donde pueden encontrarse el creyente y el no creyente: “Las imágenes cristianas en 
su 
doble vertiente artística y religiosa pueden ser un punto de referencia que integra elementos mutuamente reconocidos” (pág. XIV). Por otra parte, la misma revelación es palabra de Dios dirigida a la totalidad del hombre, no sólo a su inteligencia, sino también al corazón y a la sensibilidad. Se abre, pues, el campo para la reflexión teológico-fundamental, en orden a mostrar la correlación trascendental entre la apertura del hombre a la belleza y la dimensión estética de la revelación, como vía para legitimar la credibilidad de la revelación: “la experiencia estética se podría considerar complementaria al llamado método trascendental, por el que, así como el hombre está abierto a la revelación divina como “oyente de la palabra”, así también, por analogía, puede considerarse abierto a la belleza para captarla dimensión estética de la revelación” (p. XIV).

Pero Casás Otero no desea permanecer en el plano meramente trascendental, 
sino atender a la peculiaridad histórica de la revelación, susceptible de ser interpretada en las formas creadas del “arte sacro”. Las formas artísticas y, en concreto, la iconografía se presentan como manifestaciones y mediaciones de la revelación cristiana: “A pesar de su paradójica ambigüedad, las imágenes, en su simbolismo significativo, contribuyen a trasmitir la revelación y a experimentar, en la fe, la proximidad de la gloria divina” (pág. XIV-XIV). Es en esta atención a lo terrenal, a lo histórico, a lo “existencial” donde radica, a nuestro juicio, buena 
parte de la originalidad de esta obra. Es decir, el Autor no reflexiona únicamente, 
desde la perspectiva teológica, sobre la estética, sino que otorga protagonismo a los hechos reales expresados en la doctrina oficial de la Iglesia, en el arte, en la liturgia y en la piedad de los fieles (cf  pág. XV).

La atención a la historia de la Iglesia lleva al autor a estudiar la diferenciación del culto iconográfico en las Iglesias de Oriente y Occidente; diferenciación que coincide con dos modos diversos de hacer teología y con dos concepciones distintas de la belleza teológica.

Este proyecto, que acabamos de indicar sucintamente siguiendo la “Introducción”, se despliega en los once capítulos en los que está estructurado el libro.
El capítulo I , “Estética y Teología Fundamental”, esboza los primeros presupuestos de toda la obra, precisando la relación entre estética y revelación, con la finalidad de indicar en qué sentido la categoría de “belleza” puede ser acuñada por la Teología Fundamental, entendida como teología de la revelación y de la fe. Para Jesús Casás, en la estela de Von Balthasar, la categoría “estética” puede ser aplicada, en sentido analógico, a la revelación. La Teología Fundamental habrá de estudiar, como su objeto específico, la “percepción de la forma” de la revelación, y ello con una metodología propia, según las exigencias de su objeto. Particularmente interesante resulta la mención a la fe ejemplar de los santos, en donde la actitud estética encuentra su expresión práctica (cf pág. 41-43). El capítulo II, “La estética cristiana”, está dedicado al centro y plenitud de la revelación. Podríamos decir que el Autor aporta unas líneas maestras para 
elaborar una cristología fundamental en clave estética, en la que la forma 
Christi posee su propia evidencia. Pero la revelación en Jesucristo no se puede separar de la Iglesia, como signo de salvación, y de la Escritura, como testimonio de la palabra de Dios. Y a su vez, la Iglesia no puede aislarse, evadiéndose de la responsabilidad ética y estética ante los problemas del mundo. El capítulo III, “El fundamento religioso del arte”,  analiza desde la perspectiva antropológica los orígenes religiosos del arte. 
La apertura del hombre al misterio se expresa en el lenguaje artístico y adquiere forma propia en el arte del simbolismo mítico. De este modo, los hombres viven, antes de la revelación histórica de Dios, “en un horizonte de cierta precomprensión de lo que va a constituir el objeto de la revelación”(pág. 82).

A partir del capítulo IV, “Las imágenes paelocristianas”, Casás Otero irá 
trazando la evolución que progresivamente conduce hasta el culto iconográfico, combinando siempre la atención a la historia con la reflexión teológica. El arte paleocristiano es el resultado del encuentro entre el arte pagano y la religión cristiana. El silencio sobre las imágenes en los textos de los Padres del siglo II, lleva al Autor a considerar que los cristianos hicieron suyas las costumbres romanas, pasando poco a poco de las representaciones mitológicas a las escenas bíblicas, valorando su sentido didáctico. La iconografía paleocristiana supone así el primer paso de un proceso que, pese a topar con resistencias por parte de la jerarquía de la Iglesia, conducirá al culto a las imágenes: “Entre el ver a Dios cara a cara, y el negar su existencia porque no se le ve, está el signo y la imagen para intuirle” (pág. 158). En el capítulo V, “El culto a las imágenes”, se aborda el paso que, en torno al siglo IV, se da desde el reconocimiento del valor didáctico de las imágenes a la integración de las mismas en el culto cristiano. La presencia de la iconografía en el culto pagano, unida a factores procedentes de la fe cristiana, irán disponiendo a los fieles a la reverencia y a la veneración de las imágenes, como mediaciones entre la revelación y la fe. El capítulo VI, “Iconoclasia y ortodoxia”, trata la crisis del culto iconográfico. Las tesis iconoclastas niegan la 
valoración objetiva de la imagen como signo de la revelación y como medio para la percepción de la misma: “Si la imagen no pudiera expresar la gloria de Dios, 
o si nosotros no pudiéramos percibir el significado trascendente, su culto 
sería pura idolatría ya que, desde el punto de vista teológico, la belleza 
meramente intramundana no justifica el culto iconográfico” (pág. 206). 
El Concilio II de Nicea resuelve la cuestión, recordando que “el honor de la imagen se dirige al original, y el que venera una imagen, venera a la  persona en ella representada”. Igualmente, introduce la clásica distinción entre la adoración o veneración relativa y la adoración absoluta, reservada exclusivamente a Dios. El análisis del Concilio, da pie a Jesús Casás para reflexionar sobre las exigencias que han de tener los artistas para realizar una obra de arte al servicio de la Iglesia, manteniendo la tensión entre “una inspiración estrictamente personal, y la inspiración vinculada a la fe de la comunidad” (pág. 248).

A partir del capítulo VII, “Las vías de la estética oriental y occidental”, se estudian, basándose en las obras de los teólogos más representativos, las 
diferencias estéticas y culturales entre la Iglesia oriental y occidental; 
diferencias que conducen a “dos apreciaciones diferentes de la belleza y del 
arte al servicio de la Iglesia, cuyas consecuencias afectarán al significado 
del culto a las imágenes, al modo de vivir la fe, y a dos concepciones distintas de hacer Teología” (pág. 252). Mientras Oriente se inclina por una teología mística, que tiende a unificar la belleza, el arte, la revelación y la fe, destacando el sentido cuasi sacramental de las imágenes, Occidente desarrolla una visión más intelectualista, resaltando, sobre todo, el sentido didáctico de las imágenes y el aspecto subjetivo de su culto, que favorece la piedad religiosa. A la iconografía oriental está dedicado elcapítulo VIII, “El icono en la Iglesia oriental”. A la iconografía occidental, el noveno, “El culto iconográfico en Occidente”. La 
iconografía moderna, a partir del Renacimiento, es estudiada en el capítulo X, “La 
nueva sensibilidad”, con particular atención a la aportación española de los 
retablos y la imaginería policromada. El la época moderna, “el culto icomográfico en la Iglesia latina toma el camino de las imágenes de devoción, aunque con notable influencia en la fe y en la piedad de los fieles” (pág. 433).

El capítulo XI, “Teología Fundamental y culto iconográfico”, tiene el carácter de un capítulo conclusivo y recapitulador de todo lo anterior, pero también de propuesta de una teología del culto a las imágenes: nuestra intención, escribe Casás Otero, “es sentar las bases para reflexionar  sobre los fundamentos teológicos que legitiman el culto iconográfico” (pág. 435). 
La imagen cultual se distingue de una imagen de veneración: “La función 
del la imagen consiste en orientar los signos y las palabras de la acción litúrgica para introducirnos en la participación del misterio. La fantasía personal apenas tiene lugar frente a la objetividad de lo sagrado. Por eso la imagen del culto se ha de considerar el símbolo de la presencia inminente y abrumadora de lo divino entre los hombres” (pág. 436). La belleza del culto iconográfico se presenta, pues, como un medio eficaz para la  unión con Dios. La eficacia de la mediación viene dada por la revelación objetiva que seduce al hombre por la belleza de la forma. La Teología Fundamental, incorporando la categoría estética, “abre la sensibilidad del hombre a lo que sobrepasa la lógica de los conceptos y de las palabras” (p. 483). 
La revelación se presenta así, para el hombre de hoy, como belleza; en definitiva, como salvación: “la teología no puede reducirse únicamente a hacer inteligible el contenido de la fe cristiana como verdad que afecta exclusivamente a la racionalidad conceptual, porque Dios quiere que la salvación afecte al hombre en su totalidad. La belleza, el arte y el culto iconográfico, reiteradamente defendido por la Iglesia, ejercen una función mediadora, en el plano de la fe y del amor, que afecta a la liberación y a la salvación integral del hombre” (pág. 485).

No nos queda, por nuestra parte, más que recomendar la lectura de este libro. Para los especialistas en Teología Fundamental presenta la novedad de prolongar las reflexiones sobre la estética teológica hacia el área, más concreta, del culto iconográfico. La reflexión teológica se muestra atenta, de este modo, al arte y al culto de la Iglesia, y receptiva, igualmente, a la búsqueda de salvación que, pese al desencanto de la posmodernidad, siguelatiendo en el corazón de los hombres. Guillermo Juan Morado.