El optimismo de volver a comenzar

Autor: Padre Guillermo Juan Morado

 

No podemos cerrar los ojos ante la realidad y negarnos, cómodamente, a reconocer la presencia del mal en el mundo. El mal se manifiesta en sus múltiples rostros: la amenaza de las guerras; el problema del hambre y de la injusticia; la falta de respeto a la vida humana; las desavenencias en tantos hogares y familias; la escasez de puestos de trabajo; las catástrofes ecológicas, como la que lamentablemente padecemos en nuestros mares...

Pero la mirada atenta a la realidad no puede encerrarnos en el pesimismo o en el desaliento. No podemos, tampoco, cerrar los ojos ante la presencia de muchos signos de bondad, de verdad y de belleza que, quizá discretamente, nos salen al encuentro cada día.
Para un cristiano, existen poderosas razones a favor del optimismo.

Somos creación de Dios y el mundo se nos ha dado como heredad. Tenemos la responsabilidad y la urgente tarea de transformarlo, ahogando el mal en abundancia de bien. Dios nos ha creado y, aunque a veces parezca callar, es un Padre providente que no se olvida de nosotros. De la fe en Él nacen el optimismo, la alegría y la paz.

Los cristianos no podemos ser profetas de calamidades. Estamos llamados a testimoniar la esperanza que brota de la cercanía de Dios: del Emmanuel, de Aquel que, haciéndose hombre, se ha unido de algún modo a todo hombre. Pero la nuestra ha de ser una esperanza activa, que debe comprometerse a sembrar comprensión donde hay enfrentamiento y amor donde hay odio. El cristiano tiene la audacia de apostar por el futuro; de comenzar un nuevo año sabiendo que, pase lo que pase, será un tiempo de gracia, un momento propicio. El futuro está en manos de Dios y Él lo pone en nuestras manos para que lo edifiquemos con esperanza.