El Domingo "Dies Hominis"

Autor: Padre Guillermo Juan Morado

 

El Papa Juan Pablo II anima a los católicos en la exhortación “Ecclesia in Europa” a defender el domingo como día de fiesta y de descanso: “no se ha de tener miedo a defenderlo contra toda insidia y a esforzarse por salvaguardarlo en la organización del trabajo, de modo que sea un día para el hombre y ventajoso para toda la sociedad. En efecto, si se priva al domingo de su sentido originario y no es posible darle un espacio adecuado para la oración, el descanso, la comunión y la alegría, puede suceder que « el hombre quede cerrado en un horizonte tan restringido que no le permite ya ver el “cielo”. Entonces, aunque vestido de fiesta, interiormente es incapaz de “hacer fiesta” ». Y sin la dimensión de la fiesta, la esperanza no encontraría un hogar donde vivir” (“Ecclesia in Europa”, 82). Estas palabras del Papa nos servirán de acicate para reflexionar, en este artículo, sobre el domingo como “día del hombre”.

 

 

1.      El sentido originario del domingo

 

 

El domingo es, para los cristianos, el día del Señor: “El día de la Resurrección de Cristo es a la vez el «el primer día de la semana», memorial del primer día de la creación, y el «octavo día» en que Cristo, tras su «reposo» del gran Sabbat, inaugura el Día «que hace el Señor», «el día que no conoce ocaso»” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1166). La Pascua de Cristo, que el domingo conmemora, une la creación y la nueva creación, los orígenes y la escatología. Para los cristianos, vino a ser el primero de todos los días, la primera de todas las fiestas, el “dies dominica”, el “domingo”.

 

La conmemoración de la Resurrección del Señor convierte al domingo en un día de alegría, que es la disposición de ánimo con la que los discípulos acogieron, ya desde el principio, al Señor: “Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor” (Juan 20, 20). Una alegría que lleva a “hacer fiesta”, para que la esperanza encuentre, como escribe el Papa, “un hogar donde vivir”.

 

 

2.      El domingo, plenitud del sábado

 

 

El domingo no es la abolición del sábado veterotestamentario; es más bien su plenitud: “El domingo, pues, más que una «sustitución» del sábado, es su realización perfecta, y en cierto modo su expansión y su expresión más plena, en el camino de la historia de la salvación, que tiene su culmen en Cristo” (Juan Pablo II, Carta Apostólica Dies Domini, 59).

 

El Antiguo Testamento vincula el sábado a la creación y al Éxodo. El sábado es el día en el que Dios descansó después de haber creado todo ( cf Génesis 2, 3). El descanso de Dios hace así que el tiempo no se encierre en sí mismo, sino que se abra a lo eterno. El sábado, el «séptimo día», viene después del día de la creación del hombre, el «sexto día», insinuando esta sucesión del tiempo que Dios encuentra su descanso después de crear al hombre. El descanso del hombre en el sábado (Éxodo 20, 8) recuerda al hombre su dependencia de Dios, su condición de criatura, llamado a no quedar limitado a estrechos horizontes de esta tierra, sino a trascender hacia los horizontes de Dios. Se encierra, por consiguiente, en esta teología de los días una profunda enseñanza sobre la condición del hombre, incomprensible sin su apertura a Dios.

 

Pero el sábado veterotestamentario es también, como hemos apuntado, el día del éxodo, del paso de la servidumbre en Egipto a la libertad del servicio de Dios (Deuteronomio, 5, 12-15). Dios interviene a favor de los hombres; e interviene para liberar de las servidumbres.

 

El sábado se convierte, pues, en signo de los derechos de Dios y en garante de los derechos del hombre (cf Dies Domini, 63), porque si se niegan los derechos de Dios, el hombre queda privado de sus derechos, ya que su condición queda oscurecida, y su libertad amenazada por quienes quieren permanentemente reducirlo a servidumbre.

 

No es de extrañarse que los cristianos se sintieran autorizados a trasladar el sentido del sábado al día de la Resurrección, pues Cristo, «por quien todo fue hecho», ha liberado al hombre de la servidumbre que está en la raíz de todas las servidumbres, de la esclavitud del pecado.

 

 

3.      El descanso dominical

 

 

Ya a partir del siglo IV, la ley civil del Imperio Romano reconoció el ritmo semanal, disponiendo el descanso para el “día del sol” y facilitando, en consecuencia, a los cristianos la observancia del día del Señor. Esta legislación respetuosa del ritmo semanal  tiene gran valor y no se debe abandonar. No, al menos, con la pasiva aceptación de los cristianos: “Para los cristianos no es normal que el domingo, día de fiesta y de alegría, no sea también día de descanso...” (Dies Domini, 64).

 

Pero no solamente para los cristianos, sino para todos los hombres respetar el domingo como día de descanso tiene una gran importancia y significado. El hombre ha sido creado para trabajar, pero no sólo para trabajar. El trabajo, siendo una dimensión importante de la vida, no es la única. Si el hombre no ha de quedar reducido a la servidumbre de los intereses económicos de un capitalismo ciego, necesita el descanso y necesita poder alabar a Dios sin la presión del trabajo. Si en toda época de la historia ha sido necesaria la alternancia entre trabajo y descanso, esa alternancia se hace más urgente hoy, cuando “la ciencia y la técnica han extendido increíblemente el poder que el hombre ejerce por medio de su trabajo” (Dies Domini, 65). Ya el Papa León XIII, en su encíclica Rerum novarum presentaba el descanso festivo como un derecho del trabajador que el Estado debe garantizar.

 

 

4.      Conclusión: Defender el domingo, como “día del hombre”

 

 

Existen buenas razones para defender el domingo como “día del hombre”. Las campañas comerciales que apuestan por abrir los establecimientos los domingos no obedecen a un afán de servicio a los ciudadanos; están motivadas por la perversa lógica de la servidumbre, por la cicatera visión del hombre como mero productor y, sobre todo, consumidor de bienes. Tal como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, en el “respeto de la libertad religiosa y del bien común de todos, los cristianos deben esforzarse por obtener el reconocimiento de los domingos y días de fiesta de la Iglesia como días festivos legales” (2188). Y este reconocimiento no debe ser meramente formal, sino real, posibilitando el descanso dominical para todos los trabajadores, salvo casos de necesidad grave o de una gran utilidad social. La dignidad del hombre está en juego, si no quiere ser, también en esto, víctima de la ciega lógica de dominio.