Bicentenario del nacimiento del cardenal Newman

“Maestro y testigo de la fe”

Autor: Padre Guillermo Juan Morado

 

Este año se celebra el bicentenario del nacimiento del cardenal John Henry Newman (Londres, 21 de febrero de 1801- Edgbaston, 1 de agosto de 1890). Su figura y su pensamiento conservan una perenne actualidad.

 

Con razón ha sido considerado como un profeta de nuestro tiempo, amén de un precursor del Concilio Vaticano II. Su proceso de beatificación va adelante. En la oración para pedir esta gracia, se ruega a Dios que su santidad sea reconocida por todos para que “la lealtad a Cristo y a la Iglesia, su amor a la Inmaculada Madre de Dios, y su comprensión para con los hermanos que viven en la incertidumbre y en la duda”, puedan servir hoy de guía al pueblo cristiano.

 

Lealtad a Cristo y a su Iglesia; amor a la Madre de Dios; comprensión para con los hermanos… Un buen resumen del itinerario vital de quien quiso ser, en todo momento, fiel a su conciencia en la búsqueda personal de la verdad.

 

Esta indagación le condujo desde el anglicanismo al catolicismo. Su conversión es comparada con el arribar a puerto de una nave después de una tormenta: “Sentía — escribe a la altura de 1845, fecha en la que es recibido en la Iglesia católica — como si hubiera llegado a puerto después de una galerna; y mi felicidad por haber encontrado la paz ha permanecido sin la menor alteración hasta el momento presente”.

 

Lealtad a Cristo. Su devoción al Salvador, nacida a raíz del contacto con el evangelismo, adquirirá hondura teológica y espiritual al descubrir, gracias a la lectura de los Padres de la Iglesia, la fe en el misterio del Verbo encarnado. El cristianismo no es ni una mera doctrina ni una abstracción especulativa. Su centro es la persona viva de Jesucristo. En la Encarnación encontramos la historia de la Verdad: «"Todo espíritu que no reconoce que Jesucristo ha venido en la carne, no es Dios...; éste es el espíritu del Anticristo" (1 Jn 4:3); puesto que hace todo lo que puede por tergiversar las acciones históricas de la personalidad revelada de Cristo a favor de nuestra fe y de nuestra virtud, son los hechos de esta historia salvífica los que dan su peculiaridad y su fuerza a la revelación».

 

Amor de la Inmaculada Madre de Dios, pues, si María es la Madre de Dios, Cristo ha de ser verdaderamente el Emmanuel, el Dios con nosotros.

 

Newman fue plenamente consciente de la dificultad de creer; de la aventura y del riesgo de la fe. De ahí su comprensión con quienes vivieron en la incertidumbre y en la duda. Creer supone ejercitar la libertad personal en orden a abrirse a una verdad y a un sentido literalmente nuevos; un sentido y una verdad que encuentran su origen y su fundamento en la irrupción absolutamente imprevisible de la presencia de Dios en el mundo, que acontece con la encarnación del Verbo. Pero la dificultad de creer no equivale sin más a la duda: “Lejos de mí negar que todas y cada una de las verdades de la fe cristiana, tal como son interpretadas por anglicanos o católicos, rebosan por todos lados problemas intelectuales que, personalmente, me veo incapaz de resolver, pero nunca he logrado ver la relación entre captar esas dificultades —con toda la pasión imaginable y con todas las ramificaciones que se les quiera buscar— y admitir dudas sobre la doctrina de que tratan. Tal y como yo lo veo, diez mil dificultades no hacen una sola duda”.

 

En el bicentenario de su nacimiento, la figura de John Henry Newman supone para los creyentes de hoy una invitación a hacer real la fe en la propia existencia, implicándose personalmente con la totalidad del propio ser.

 

Newman, maestro y testigo de la fe, nos estimula a vivir una fe encendida en el amor y, por consiguiente, dotada de ojos, manos y pies; capaz de conocer, de transformar la realidad y de convertirse en un principio de acción.