Enseñaba con autoridad

Autor: Padre Guillermo Juan Morado

 

1. "Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad" (Marcos 1, 22). Con estas palabras recoge el Evangelio la impresión causada en sus oyentes por Jesús, al escucharle enseñando en la sinagoga de Cafarnaún.

Jesús era considerado con frecuencia como un "rabbí", como un maestro en la interpretación de la Ley. Pero, a diferencia de otros sabios, su enseñanza no estaba basada en la interpretación de otros, sino que hablaba con autoridad, con potestad propia: "habéis oído que se dijo a los antiguos [...]. Pero yo os digo" (Mateo 5, 33-34). Hasta tal punto que da la interpretación definitiva de la Ley, con una autoridad que sólo puede corresponder a Dios: "Yo os digo".

Su autoridad es la autoridad de Dios. Así lo acredita la fiabilidad de su enseñanza, fundada en la Verdad de Dios. Así lo manifiestan los signos divinos que la acompañan; entre ellos, la expulsión de los demonios. Son signos que suscitan en quienes los contemplan un interrogante: "¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen" (Marcos 1, 27).

Pero la prueba definitiva de la autoridad divina de Jesús, de su potestad soberana, es su Resurrección de entre los muertos. Sólo Dios puede vencer a la muerte. Cristo Resucitado es "el Señor", a quien corresponde también el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre. Por su Resurrección y Ascensión al cielo, la humanidad santísima de Jesús participa para siempre en el poder y en la autoridad de Dios mismo.

Jesucristo es el Señor, el "Kyrios", del cosmos y de la historia, de la humanidad y de la creación entera (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 668). Él es el Señor de la Iglesia, la Cabeza de su Cuerpo.


2. La Iglesia habla hoy en el mundo con la autoridad recibida de Dios. Jesucristo ha confiado a su Iglesia la potestad espiritual (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 1673) para enseñar, para santificar, para gobernar. 

En la Iglesia, el Señor ha autorizado y habilitado a los "ministros de la gracia" para que actúen "en la persona de Cristo Cabeza", dándoles el poder de obrar en su nombre (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 935). El Papa y los Obispos, y los presbíteros en colaboración con los Obispos, son los "heraldos del Evangelio" y los "maestros auténticos" en lo que concierne a las verdades de la fe y a las costumbres (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 888).

Los cristianos hemos de recibir la enseñanza del Magisterio de la Iglesia con espíritu de obediencia, en la línea de la obediencia de la fe, recordando las palabras de Jesús a los suyos: "Quien a vosotros os oye, a mí me oye; quien a vosotros os desprecia, a mí me desprecia; y quien a mí me desprecia, desprecia al que me ha enviado" (Lucas 10, 16).

Debemos sentir el deseo de conocer, de leer, de estudiar, de asimilar la enseñanza de los Pastores de la Iglesia. De modo particular, la enseñanza del Papa, Sucesor de Pedro y Pastor de la Iglesia universal. Que con este convencimiento nos acerquemos a la primera encíclica del Papa Benedicto XVI, titulada "Dios es amor".

3. El Señor hablaba con autoridad, y quienes lo escuchaban se quedaban asombrados de su enseñanza. La Eucaristía es presencia del Señor entre nosotros; presencia que causa el asombro al descubrir que Dios viene a nuestro mundo en la humildad de los signos. Presencia del Señor que brota de su potestad, por la fuerza de su Espíritu, cada vez que el sacerdote, actuando en la persona de Cristo, pronuncia sobre el pan y sobre el vino las palabras del Señor: "Tomad y comed, esto es mi Cuerpo"; "tomad y bebed; esta es mi Sangre". Que ojalá nosotros escuchemos la voz del Señor; que no endurezcamos nuestro corazón.