“Cayendo de rodillas, lo adoraron”

Autor: Padre Guillermo Juan Morado 

 

 

6 de Enero de 2006

Solemnidad de la Epifanía del Señor  

          “Hemos visto salir su estrella, y venimos a adorarlo” (Mateo 2, 2). Los Magos resumen de este modo el motivo y la meta de su ida a Belén para encontrarse con Jesús.  

          Habían visto una estrella, una luz que brilla en medio de las tinieblas que cubren la tierra, iluminando la oscuridad de los pueblos. Dejándose guiar por la luz, se ponen en camino, como peregrinos, para encontrar a Dios y adorarlo.  

          La peregrinación caracteriza al hombre que se pone a la búsqueda de su destino esencial, de la verdad, la de la vida justa, de Dios (cf Benedicto XVI, “Discurso a la Curia Romana”, 22 de Diciembre de 2005). El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, que ha sido creado por Él y para Él.  

Los Magos representan a las religiones paganas y a las naciones gentiles que acogerán la Buena Nueva del Evangelio. En realidad, todas las religiones de la tierra son un testimonio de la búsqueda de Dios. Por eso, la Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero que puede encontrarse en ellas como “una preparación al Evangelio y como un don de aquel que ilumina a todos los hombres, para que al fin tengan la vida” (Constitución Lumen gentium, 16; cf Catecismo de la Iglesia Católica, 843). En una sociedad marcada cada vez más por la pluralidad de razas, de culturas y de religiones, los cristianos hemos de estar abiertos a descubrir en el otro, en aquel que no piensa como nosotros, y que no cree como nosotros, no a un rival ni a un enemigo, sino a un hermano que recorre a nuestro lado la peregrinación de la vida para poder encontrarse también con Dios.  

Como los Magos, como todos los peregrinos, hemos de permitir que la luz de la estrella disipe las tinieblas del mundo para que éste se convierta para nosotros en un signo que nos remita a su Creador. Como enseñaba San Pablo, “lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad” (Romanos 1, 19-20).  

En nuestro propio interior podemos encontrar también una senda que nos conduzca hacia Dios. Él nos ha creado con el deseo de encontrar la verdad y la belleza, con la aspiración al bien moral, con el afán de ser verdaderamente libres y felices. En todo hombre resuena la voz de la conciencia, que es como un eco de la voz de Dios. También a aquellos que, buscando honradamente la verdad y el bien, aunque todavía no reconozcan a Dios y no se definan como creyentes - quizá por el peso de los prejuicios, por la rebelión contra el mal o por otras causas diversas – debemos reconocerlos como compañeros de camino. La Iglesia no desespera de la salvación de quienes “intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia” (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 847).  

La meta de la peregrinación de los Magos es el encuentro con el Hijo de Dios hecho Niño en Belén. Al encontrarlo, “cayendo de rodillas, lo adoraron”. El Papa Benedicto XVI ha subrayado la necesidad de la adoración, de reconocer a Dios “como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso” (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 2096). La adoración nos hace verdaderamente libres y nos da el criterio adecuado para nuestro actuar, librando “al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo” (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 2097).  

La estrella que guió a los Magos a Belén es, para nosotros, la estrella de la fe. Esta estrella nos conduce al encuentro con Cristo en la Eucaristía, para que también nosotros podamos postrarnos ante el Señor resucitado, presente en el Sacramento, y adorarlo. Cada vez que comulgamos adoramos a Aquel que recibimos, a Aquel que es el Mesías de Israel, el Hijo de Dios y el Salvador del mundo.