La familia de Dios

Autor: Padre Guillermo Juan Morado 

 

 

"Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre" (cf Lucas 2, 16). El Evangelio describe con estas palabras, con total sencillez, la inserción del Hijo de Dios en una familia.

Una realidad humana - constituida por un hombre y una mujer unidos en matrimonio, junto con su hijo - se convierte en expresión e imagen de la íntima realidad de Dios: la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 2205). El Hijo de Dios que "mora" siempre en el seno de la Trinidad quiso morar en la tierra en el seno de una familia: la Sagrada Familia de Nazaret, la familia de Dios.

Siendo reflejo de la comunión trinitaria, la familia cristiana es también imagen y actualización de la Iglesia, que es el sacramento "de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen gentium, 1). Por ello, la familia cristiana "puede y debe decirse Iglesia doméstica", como recordaba el Papa Juan Pablo II. La comunión de Dios, la comunión familiar y la comunión de la Iglesia es una comunión en el amor, "que es el ceñidor de la unidad consumada" (Colosenses 3, 14).

Formando parte de su familia, "el niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba", anota San Lucas. Jesús comparte "la condición de la inmensa mayoría de los hombres" viviendo en el hogar de Nazaret. Obedeciendo a su Madre y a su padre legal – una obediencia que es "la imagen temporal de su obediencia filial al Padre celestial" - , el Señor cumple con perfección el cuarto mandamiento de la ley de Dios: "Honrarás a tu padre y a tu madre" (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 531-532).

En el hogar de Jesús, las familias cristianas encuentran la plasmación concreta de lo que ellas mismas están llamadas a ser: ámbitos propicios donde los niños puedan nacer y crecer en un ambiente caracterizado por la fidelidad, el trabajo, la honradez, la obediencia, el respeto mutuo, la dulzura, la comprensión y la capacidad de perdón; virtudes todas ellas en las que se especifica el amor.

A la luz de la Sagrada Familia se perciben mejor las sombras que amenazan en la actualidad a la familia. Los Obispos de la Subcomisión Episcopal de Familia y Vida, de la Conferencia Episcopal Española, han llamado la atención sobre el momento en que vivimos, "un momento en que se extiende una cultura que oscurece datos antropológicos fundamentales, disuelve la identidad de la familia y desprecia cada vez más la vida humana más débil, como la del enfermo incurable o la de los embriones".

El llanto de las madres de Belén por la matanza de sus hijos inocentes sigue sonando hoy de muchas maneras: por las guerras, el aborto, la violencia y la pobreza. Se extienden prácticas contrarias a la vida, como la experimentación con embriones y la destrucción de los mismos para obtener células madre, llegando incluso algunos a pedir que se comience a practicar la clonación humana. "También constituyen una siniestra sombra la extensión de la ‘píldora del día después’, la Ley de Reproducción Asistida que prepara el Gobierno, la creciente presencia del tema de la eutanasia en los medios de comunicación o la perspectiva de una ampliación de la despenalización del aborto".

Los Obispos denuncian como una culpable omisión "el no desarrollar políticas que ayuden eficazmente a la familia en necesidades como la vivienda, la conciliación entre trabajo y familia o la educación". No sólo falta el justo apoyo a la familia, "sino que se la ataca con medidas antifamiliares como la reforma del Código Civil, que elimina las referencias al padre y a la madre, al esposo y a la esposa para equiparar las uniones de personas del mismo sexo con el matrimonio, o el llamado ‘divorcio express’, que introduce la figura del repudio en nuestra legislación. Por otro lado, se está preparando una Ley de Género con la que se quiere anular el significado antropológico de la diferencia sexual e imponer la ‘teoría de género’, contraria a la verdadera naturaleza del hombre" ("La transmisión de la fe en la familia. Hablemos a nuestros hijos de Jesucristo", 3).

Para los cristianos ha llegado la hora de la firmeza en la fe, la hora del martirio, del testimonio. Cristo es la luz que ilumina nuestras vidas. Él es el criterio de discernimiento entre lo bueno y lo malo, lo aceptable y lo rechazable. Él es el único ejemplo que debemos seguir para no naufragar en el desconcierto y en la desesperanza. Es urgente que los cristianos muestren, respaldados por la coherencia de la vida, la bondad, la verdad y la belleza del Evangelio de la familia.

"Hablad a vuestros hijos de Jesucristo", exhortan los Obispos. Que en la celebración de la Santa Misa profundicemos en el conocimiento de Cristo para que Él, con su presencia, ilumine nuestras familias y la gran familia de la Iglesia y de la humanidad entera.