El alimento de la alegría

Autor: Padre Guillermo Juan Morado 

 

 

El anuncio cristiano es un anuncio de alegría. La cercanía de Cristo, su proximidad a nosotros, ocasiona un sentimiento de gozo que ha de manifestarse incluso en signos exteriores. 

La Liturgia pide a Dios que nos conceda celebrar la Navidad "con alegría desbordante". El Evangelio es la buena noticia de la salvación, de la venida de nuestro Dios para "vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad" (cf Isaías 61, 1-2.10-11).

El encuentro con el Señor suscita siempre la alegría: "me alegro con mi Dios", exclama Isaías; "se alegra mi espíritu en Dios mi salvador", proclama la Virgen. Cada uno de nosotros está llamado a experimentar, como Juan Bautista, la alegría de ser "el amigo del esposo" (Juan 3, 29).

En medio de las tribulaciones de la vida, de los sufrimientos, de las preocupaciones, la voz del Esposo causa en nosotros la alegría completa (cf Juan 3, 30). 

Esa alegría - escribía el Cardenal Ratzinger - "no llega hasta que no la trae Cristo" y "de lo que se trata en nuestra vida es de aprender a ver y comprender a Cristo, el Dios de la gracia, la luz y la alegría del mundo. Pues nuestra alegría no será auténtica hasta que deje de apoyarse en cosas que pueden sernos arrebatadas y destruidas, y se fundamente en la más íntima profundidad de nuestra existencia, imposible de sernos arrebatada por fuerza alguna del mundo".

El Esposo es Cristo, que nos regala el don de su presencia. San Juan Bautista alude a esta presencia, que puede pasar desapercibida si no estamos atentos, si no abrimos los ojos de la fe: "En medio de vosotros hay uno que no conocéis" (Juan 1, 26). 

¿Cómo descubrir la presencia de Cristo? Es necesario despertar del sueño de la noche, del sopor del egoísmo, del afán de placer, de la comodidad triste de vivir sólo para nosotros mismos, preocupados únicamente por las cosas materiales. Despertar del sueño y abrir los ojos es lo mismo que convertirse, que cambiar de mentalidad, que transformar nuestro pensamiento. La verdadera realidad no es lo que vemos y tocamos cada día. La verdadera realidad es Dios y nuestra vida de amistad con Él.

Hay una relación interna entre la vigilancia despierta y la oración. "Sed constantes en orar", nos dice San Pablo (Tesalonicenses 5, 17). La oración es el medio que nos permite, trascendiendo la inmediatez de las cosas, adentrarnos en la realidad de Dios. Es el cauce que dispone nuestro espíritu para percibir su presencia oculta en medio de nosotros: "En la oración, el discípulo espera atento a Aquel que es y que viene, en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria" (Catecismo de la Iglesia Católica, 2612).

El libro de los Hechos de los Apóstoles anota que los primeros cristianos "partían el pan en las casas y comían juntos con alegría y sencillez de corazón" (Hechos 2, 46). La fracción del pan es el verdadero alimento de la alegría. En la Eucaristía escuchamos la voz del Esposo, que con su presencia ilumina la noche de nuestro mundo. Él infunde su Espíritu sobre nosotros para que nos conceda el gozo y la paz (cf Gálatas 5, 22). Sí, el Señor está cerca. Él viene a colmar nuestra alegría.