A un laicista educador

Autor: Padre Guillermo Juan Morado 

 

 

Yo no sé si son estériles o no las polémicas. En todo caso, nunca viene mal el intercambio de ideas, ese juego que inventaron los griegos y al que llamaron “diálogo”. Y el diálogo comporta siempre escuchar y hablar, con voluntad de empatía, con el deseo de ponerse en el lugar del otro para comprender, en lo posible, sus razones. No me avalan a mí tres décadas de experiencia docente, ya que poco más de tres décadas llevo viviendo. Ni tampoco tengo hijos, aun cuando considere como propia la vocación de los educadores.

La tarea de las autoridades religiosas no es “imponer” nada a nadie. Y mucho menos “imponer” criterios docentes. Son las autoridades académicas las que, en coherencia con lo que los padres demandan, han de marcar las pautas de la enseñanza en la Escuela. Cada cual tiene su función, y los maestros y pedagogos tienen la suya. Nadie, o al menos yo no, se la discute. Pero si una materia se ha de enseñar en un Centro con la dignidad que le corresponde a cualquier asignatura fundamental, es obvio que no puede impartirse fuera del horario lectivo, o en condiciones menos ventajosas que las demás disciplinas del curriculum. Si hay buena voluntad, no es difícil llegar a un acuerdo. Si no la hay, cualquier cosa se convierte en un problema irresoluble.

El hecho religioso no se puede negar. La realidad es tozuda y termina imponiéndose. El hecho religioso está en la calle, en la historia de ayer y en la vivencia de hoy. Más aun, está en nosotros mismos. Somos, como diría Gustavo Bueno, animales divinos. El hecho religioso informa la poesía mística de San Juan de la Cruz, como informa, quizá de otro modo, la de Curros Enríquez. Hay religión en la “Noche oscura del alma” y en el poemario “A Virxe do Cristal”. Y no es la poesía cuestión sólo de forma, sino de fondo, de lenguaje esencial, de escucha del ser.

¿Quién delimita, por otra parte, lo que trasciende al rigor de veracidad en la transmisión de valores y saberes? ¿Quién ha dicho que la educación religiosa no pueda ser veraz? ¿Quién es el árbitro que condena a las galeras de la mentira toda palabra que se pueda pronunciar sobre lo que Unamuno llamaba “lo que más nos interesa”? ¿Por qué no puede ser veraz el hombre religioso y sí el hombre laicista? ¿No estamos acaso aquí ante una petición de principio?

Y luego está lo de “adoctrinar”. Que es instruir e inculcar ideas y creencias. Irrenunciable cometido para todo padre y para todo educador. Aunque la palabra no guste. Siempre transmitimos ideas y creencias. Sean éstas las que sean. Lo hacemos todos. Hasta cuando escribimos una carta en un periódico. Hasta cuando contestamos a una encuesta.