25 de Julio: Solemnidad del Apóstol Santiago

Autor: Padre Guillermo Juan Morado

 

 

1. Celebrar la Solemnidad de Santiago, Apóstol, Patrono de España, es dirigir nuestra mirada a los orígenes de la fe, edificada sobre la roca firme del testimonio apostólico. La lectura del libro de los Hechos de los 
Apóstoles deja constancia de la valentía de este testimonio: "En aquellos 
días, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con 
mucho valor y hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo".

Santiago, hermano de Juan, ambos hijos de Zebedeo, es uno de los Doce; 
uno de los más íntimamente relacionados con el Señor. La fidelidad a 
Jesucristo hizo que fuese el primero entre los apóstoles que bebió el cáliz del 
Señor, iendo decapitado por orden del rey Herodes Agripa alrededor de la 
fiesta de Pascua del año 43 o 44.

Ni los interrogatorios, ni las prohibiciones, ni las amenazas, ni la misma 
muerte, fueron capaces de silenciar el testimonio de los apóstoles: 
"Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Y, como afirma San Pablo 
en la segunda carta a los Corintios, "nos aprietan por todos lados, pero 
no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero 
no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por 
todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la 
vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo".

2. Vivir en conformidad con la fe cristiana nunca ha sido fácil: ni lo fue ayer, ni lo es hoy. No es ajena a la vocación cristiana la perspectiva del martirio. A cada uno de nosotros el Señor nos dice, como le dijo a Santiago y a Juan, : "¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?".

La sociedad en la que vivimos, una sociedad que se autodefine como democrática y tolerante, presenta situaciones que manifiestan que el hecho de profesar públicamente el catolicismo es un factor de riesgo, un motivo de una más o menos sutil discriminación.

El católico es el único al que esta sociedad le exige que renuncie a sus creencias para actuar públicamente. Todo se tolera, todo se admite: ser ateo, musulmán o lo que sea. Parece que lo único mal visto es vivir como católico y defender, en conciencia, el modelo de sociedad que uno estima más acorde con las exigencias de la fe cristiana.

Lo constatamos cada día: cada vez que, desde la visión cristiana del mundo 
y del hombre, se alza la voz para contribuir al debate público, los poderes 
que controlan a la sociedad reaccionan con descalificaciones, con insultos, 
y, en definitiva, con el afán de silenciar toda palabra que provenga del 
Evangelio de Jesucristo.

Se nos quiere negar, mediante esta presión, el derecho a pensar y a vivir 
como católicos. También hoy los poderes de este mundo nos dicen, como 
les dijeron a los apóstoles: "¿No os habíamos prohibido formalmente 
enseñar en nombre de Jesús?".

Los poderes de este mundo quieren construir una sociedad en la que públicamente no cuente la referencia a Jesucristo. Si un católico - sea 
Obispo, sacerdote o laico - se atreve a recordar las verdades que derivan 
del Evangelio, e incluso de la misma condición creatural del ser humano, es 
en seguida condenado al ostracismo.

Podríamos poner varios ejemplos. Hoy está mal visto:

- Defender la verdadera naturaleza del matrimonio, como una unión del 
hombre y de la mujer, orientada a la ayuda mutua y a la procreación y 
educación de los hijos.

- Defender el derecho a la vida de todo ser humano; en particular del 
concebido y aún no nacido.

- Defender el derecho de cada niño que viene a este mundo a ser fruto 
del amor de sus padres, y no el resultado de la manipulación técnica en 
los laboratorios.

- Defender el derecho a una educación religiosa, también en la escuela.

Los ejemplos podrían multiplicarse.


3. La celebración de la Solemnidad de hoy ha de suponer para todos nosotros 
una invitación a vivir la coherencia con nuestra fe y a testimoniar con 
firmeza la verdad del Evangelio.

La deriva hacia la nada de nuestra sociedad sólo puede evitarse si convertimos nuestros corazones a Dios. Hagamos todos el Camino de Santiago, no sólo el camino exterior, sino principalmente el camino de retorno al Padre, siguiendo a Jesucristo y dejándonos guiar por el Espíritu Santo.

En la celebración de esta Santa Misa, acudamos a la intercesión de la Virgen María y del Apóstol Santiago. ¡Qué él proteja a sus discípulos queridos y defienda a su nación! Amén.