La fe, ¿es un hecho privado?

Autor: Padre Guillermo Juan Morado 

 

 

A raíz de la publicación, en la sección de “Cartas” de un periódico, de un texto mío sobre la clase de Religión, recibí una llamada telefónica, de un interlocutor que no quiso identificarse, pese a que llamaba desde la sede de un Ayuntamiento - lo que supone jugar con ventaja por su parte, ya que él sí sabía mi nombre y apellidos - , en la que discrepaba de mi modo de pensar, puesto que él consideraba que la religión y la fe constituyen un hecho “privado”. 

Si por privado se entiende lo que se ejecuta a la vista de pocos, familiar y domésticamente, sin formalidad ni ceremonia alguna, la fe no es un hecho privado. Porque la fe incide en la persona y, en consecuencia, en todas las obras de la persona, tanto en las privadas como en las públicas. Mucho menos se puede calificar como algo “privado”, las expresiones artísticas, institucionales o sociales en las que la fe se plasma. La procesión viguesa del Cristo de la Victoria, la ética de las bienaventuranzas, o la Catedral de Santiago de Compostela jamás podrán ser hechos privados, aunque sí son manifestaciones de la fe.

La fe es una cuestión personal, aunque no reducida a lo particular de cada uno, sino con proyección en todas las dimensiones humanas. La clase de Religión no está orientada principalmente a informar la intimidad de la propia conciencia, no se inmiscuye en la relación única que vincula al yo con Dios, sino que se orienta, sobre todo, a proporcionar las claves que permitan la comprensión de las plasmaciones culturales, públicas e históricas, de la fe.

El laicismo escinde a la persona, la hace esquizofrénica, le obliga a levantar un muro artificial entre lo privado y lo público, eliminando de la esfera social lo que constituye la raíz de la propia comprensión, del propio ser y del propio estar en el mundo. Una forma, en suma, de sutil discriminación, aunque se disfrace de progreso.