Lo que ha interesado a los jóvenes en Colonia

Autor: Padre Guillermo Juan Morado 

 

 

La XX Jornada Mundial de la Juventud, celebrada recientemente en Colonia, ha constituido un acontecimiento de singular importancia sobre el que conviene reflexionar, máxime en una época de discusión sobre la identidad de Europa y sobre el futuro de la Iglesia Católica.

Los jóvenes reunidos en la ciudad alemana, convocados en su día por el Papa Juan Pablo II, se han encontrado con Benedicto XVI para vivir una experiencia de encuentro con Dios en el seno de la Iglesia. No han interesado a los jóvenes los agotadores – y agotados – debates que pueblan las páginas de información religiosa de los medios de comunicación; ya se sabe, la cantinela de si celibato sí o celibato no; el papel de la mujer en la Iglesia; la “política” a seguir con el mundo gay, o el uso de los preservativos. No, no han ido a Colonia para debatir esos asuntos.

Los jóvenes han preferido peregrinar, en conformidad con el lema de la Jornada “Hemos venido a adorarle”, para orar y para escuchar en silencio las palabras del Papa. Se diría que no buscan un cristianismo “a la carta” o a la última moda, sino un cristianismo auténtico, originario, que conceda espacio a Dios en la vida de los hombres. La Iglesia no interesa como campo de disputas, como club donde todo se revisa según los imperativos del “pensamiento único”, como estructura de poder donde hay que competir para ganar capacidad de gestión. La Iglesia interesa a los jóvenes si se muestra como lo que es: la Esposa de Cristo, el templo del Espíritu, el pueblo de Dios. Es decir, la mediación histórica y sacramental que hace posible, hoy y en cada momento de la historia, el encuentro actual con Jesucristo, el Señor.

Los jóvenes en Colonia han revelado que Europa no se puede construir sólo con el bienestar material. “No sólo de pan vive el hombre”; es decir, la sociedad de consumo no da la felicidad. Hay algo más en la vida. Y de ese “algo más” depende la alegría de vivir, el entusiasmo y el gozo. Si Europa no quiere desaparecer como proyecto cultural, como espacio adecuado al hombre, debe abrir sus puertas a la experiencia de la fe cristiana para acoger un viento fresco que airee las asfixiantes estancias del relativismo y del vacío metafísico.

Una nueva identidad cristiana, basada en la confesión de la fe, en la oración y en la gracia, es lo que han descubierto los jóvenes, guiados por un Papa mistagogo que, lejos de palabras débiles, habla sin complejos el lenguaje esencial del Evangelio.