Demasié

Autor: Padre Guillermo Juan Morado

 

 

No por previsibles resultan menos impactantes las consecuencias prácticas de algunas tesis. Ya sospechábamos que la reivindicación posmoderna de una libertad sin referencias, de la opinión sobre la verdad, de la relatividad de todo frente a la necesaria validez incondicional de algo, conduce al absurdo, al vacío y a la nada. Pero cuando cada mañana ese simulacro de la vida que son los periódicos nos golpea con su reflejo especular de las cosas, nuestras previsiones se ven desbordadas por situaciones concretas que provocan estupor y una creciente sensación de vértigo.

¿Qué pensar si no al leer en la prensa que “una ciudadana alemana pierde sus derechos laborales por negarse a trabajar como prostituta en un club de alterne”? La disparatada situación es consecuencia de la normalización de lo anormal; es resultado de esa falacia que tiene su trasunto lingüístico en el hecho de llamar “trabajadoras sexuales” a quienes ejercen la prostitución. La ignominia de venderse por dinero se recubre de la apariencia de respetabilidad social, al equiparse a una profesión más, tan honorable como cualquier otra. Por consiguiente, renunciar a ser “trabajadora sexual” equivale a rechazar un puesto para el cual se podría estar cualificada y, por ende, hacerse merecedora de la sanción que, en conformidad con las leyes, implica la pérdida del derecho a la prestación por desempleo.

Análogo sinsentido encontramos en una segunda noticia. Una Jueza de Barcelona sentencia que una mujer que se siente hombre pasa a ser hombre a todos los efectos legale. Así, sin necesidad de operación, sólo porque lo manda la voluntad de su Señoría; una voluntad que crea ley, que hace ser lo que antes no era. El “sexo psicológico”, decreta la magistrada, ha de prevalecer sobre el “sexo biológico”. Para motivar el fallo, la Jueza recurre, superando a Lysenko, a una extraña consideración sobre un eventual aumento y disminución del número de cromosomas en los casos de indefinición acerca del propio género.

La tercera noticia proviene del Reino Unido. Una diaconisa de la Iglesia Anglicana, de la diócesis de Hereford – esa diócesis que hace poco más de un año ofrecía en prensa el puesto, entonces vacante, de Obispo- , resulta que no es mujer, sino hombre. Nacida hombre, bautizada en el catolicismo, casada con una mujer, y divorciada, decide cambiar de vida y se hace, sucesivamente, mujer, anglicana y diaconisa. El Obispo de Hereford anuncia que la ordenará presbítera. Pero la carrera eclesiástica de la diaconisa puede llegar más lejos. Puede incluso aspirar al episcopado. Aunque la Iglesia de Inglaterra no ordena aún a las mujeres como “Obispas”, ella sí podría serlo porque biológicamente y, al parecer aún legalmente, es hombre.

Es “demasié”. Ayer (3.II.2005) leí estas noticias y me quedé de piedra. Ya sabía que del vacío nace el vacío y de la locura, la locura. Pero al acercarme a ese simulacro de lo real que es la prensa, me encontré con lo esperpéntico. Europa se muere, agoniza en su decadencia, en este mar sin vida de la civilización de la nada, en la que se ahoga un hombre que, cada vez más, reniega de sí mismo, de su naturaleza y hasta de su cuerpo.