Una estrella errante

Autor: Gloria Leticia Sánchez García

Sucedió allá en el cosmos, en la perfección del tiempo y del espacio. Tuvo lugar el nacimiento de una nueva estrella, que no sólo tenía la peculiaridad de ser hermosa, grande y brillante, sino que se distinguía además por ser móvil y no permanecer quieta en el mismo lugar por lustros, décadas o siglos, como todas las demás.

Algunas de sus compañeras la admiraban; otras sentían envidia, pero nuestra estrella errante, sin fijarse en esos detalles, gozaba su vida visitando curiosa diferentes galaxias, nebulosas, planetas y hasta inspeccionaba por algunos hoyos negros sin acercarse demasiado.

Se deleitaba con las voces y los sonidos del espacio, disfrutaba persiguiendo cometas y se divertía trazando e imaginando diferentes figuras con las constelaciones.

Y así vivía feliz sin preocuparse siquiera de algún día permanecer quieta y formar su propio sistema solar, es decir, rodearse de planetas. Se maravillaba de poder seguir y seguir sin llegar jamás a ningún final.

En una ocasión recibió un llamado del Creador que le asignaba una misión especial; ya que le gustaba tanto desplazarse, viajaría lejos, muy lejos hasta una galaxia llamada “Vía Lactea”, siempre le causó risa aquel nombre, se imaginaba un río de leche o un desfile de vacas.

La misión consistía en llegar a cierto planeta habitado. Haría su aparición un par de veces hasta ser descubierta y luego iría moviéndose despacio, muy despacio hasta que se le diera la orden de detenerse. Y así lo hizo, ignoraba por qué le habían dado esas instrucciones, pero había escuchado que algo muy grande estaba por suceder. Al parecer el Creador quería hacer un regalo... pero no estaba muy segura, ¿o sería que el regalo iba a ser ella misma?... ¿quizá iría a permanecer para siempre  

cerca de aquel planeta como un satélite?... otro?, pues ya ese planeta tenía su propio satélite... oh, no, sería terrible ya no poder viajar a su placer.

Por fin llegó a aquel planeta tan extraño, hizo su aparición una o dos veces, hasta que algunos sabios estudiosos de las estrellas la descubrieron y la siguieron. Luego se fue moviendo despacio, despacio hasta que le dieron la orden de detenerse. Seguía sin entender qué estaba pasando. De repente oyó una música celestial y cantos angelicales, se abrieron las nubes y por ahí empezaron a bajar cientos de ángeles, justo los veía debajo de ella llevando un mensaje que decía algo así como “Nos ha nacido un niño... bendito el que viene en el nombre del Señor...”

La estrella miró detenidamente hacia donde se dirigían los ángeles y pudo ver al niño, sí, al Hijo de Dios, que en aquella noche, tomando la forma humana había venido a habitar entre los hombres.

Hasta entonces entendió su importante misión, el planeta era la Tierra, los sabios que la descubrieron tenían que seguirla para saber en dónde había nacido el Hijo del Creador y así poder adorarlo. Fue tanta la dicha y felicidad que sintió la estrella, que se puso a llorar de alegría, pero sus lágrimas fueron transformadas en una luz brillante que caía como cascada de luminosa diamantina transparente sobre aquella humilde gruta donde ahora estaba el Niño Jesús.

Días después la estrella volvió al cosmos arrastrando su cauda de luz, llevando el mensaje de aquel gran acontecimiento, por todo el espacio sideral.