Rosalba

Autor: Gloria Leticia Sánchez García

Después de mucho tiempo la volvía a ver, ¡qué distinta estaba!, se le veía tan lenta, tanto al caminar como al hablar. Recordé nuestra niñez... la adolescencia, cuando nos reuníamos un grupo de amigas a jugar y a platicar. Entonces ella era muy ágil y muy animosa...

Le pregunté qué le pasaba y me comunicó que tenía una enfermedad que atrofiaba y envejecía sus músculos prema-turamente y a paso veloz. Ella se expresó: “¡Qué mala suerte!, ¿verdad?” No supe que responderle, estaba demasiado impactada. Llegué a verla algunas veces sentada en los escalones mirando hacia la calle, saludando y hablando con la gente que pasaba, siempre con una sonrisa. Tiempo después supe que ya no estaba con nosotros.

Rosalba, aquel día no supe que responderte, ahora te puedo decir que la única diferencia entre quien tiene una enfermedad y una persona que se considera sana, es que la primera sabe que pronto puede morir y la segunda no sabe cuándo será ni de qué.

Que el enfermo incurable al saber que está en brazos de la muerte, tiene la oportunidad de poner en bien su vida; arreglar diferencias, reencontrarse con amistades y parientes lejanos, pedir perdón a los que ofendió, dar consejos a los demás, expresar su amor por los seres queridos, buscar a Dios, perdonar...

¡Qué mala suerte! –No!!! ¿Cuántos hermanos nuestros han sido sorprendidos por la muerte, sin haber tenido la oportunidad de decir un “perdóname, Señor”...

Por esta razón yo confirmo y afirmo que los enfermos son los consentidos y los favoritos de Dios, porque los prepara de esa manera para su próximo encuentro con Él y para abrirles una puerta en la Casa del Padre.  

¡Benditos sean los enfermos! No sólo con su dolor y sufrimiento redimen a los demás, como Jesús mismo lo hizo, sino también despiertan la comprensión, la compasión, el espíritu de sacrificio y la solidaridad entre las personas que los rodean.

¡Qué buena suerte! ¡Qué afortunada fuiste, Rosalba, ya estás con Él!