No sé orar

Autor: Gloria Leticia Sánchez García

En una campiña caminaba una niña llevando su pobre ganado, que consistía en cuatro borregos, dos cabras y, por supuesto, su fiel perro. Encontró a una señora que hincada sobre la hierba extendía sus brazos al cielo y decía palabras. La niña no entendía bien qué era lo que pasaba. Esta señora traía en sus manos un lazo de cuentas que iba pasando una por una entre sus dedos. Curiosa, se detuvo a observarla por un rato. Después la señora hizo algunos movimientos en su cara con las manos y se puso de pie. Le dirigió una sonrisa y la saludó.

-Hola, pequeña, ¿cómo te llamas?

-Me llamo Tamís, ¿qué está usted haciendo?

La señora le explicó que estaba rezando su rosarios, que estaba haciendo sus oraciones a Dios. -¿Tú conoces a Dios? ¿Haces tus oraciones?

-No, yo no sé orar, dijo.

-Mira, orar es platicar con Dios, decirle que lo amamos, darle gracias por todo lo que nos da, pedirle que nos ayude y que nos acompañe siempre...

-¿Y quién es Dios?, preguntó la niña.

La señora respondió: Dios es el ser más maravilloso; Él hizo todo lo que vemos, el cielo, los pájaros, la lluvia, la noche, la luz, el agua, los ríos, las plantas y los árboles. Te hizo a ti y me hizo a mí, todo lo que somos vida.

La niña se quedó por un momento metida en sus pensamientos y de repente empezó a decir:

-Yo no conozco a Dios, yo no sé orar, sólo le digo al sol que brilla en lo alto, que no deje de brillar mañana. A los árboles del huerto les pido que no dejen de darnos frutos... pues son muy buenos... Les digo a los pájaros cada mañana, que son hermosos sus cantos... y al agua del río le pido que no se seque nunca, porque ahí mi madre lava la ropa y cuando el sol es fuerte, nos refrescamos en él.

A mis animalitos los llevo a pastar y les digo que a cambio ellos nos den lana y leche. Y al perro que anda conmigo le digo que no se aleje y que nos cuide, él sabe cuando estoy triste y me lame las manos y la cara para contentarme yo agradecida le doy de comer y lo acaricio.

Cuando voy de regreso a casa, corto flores para alegrar a mi madre con sus colores y con su olor, pero al cortarlas les digo a las matas que sigan dando más flores cada día. Por la noche, le pido a las estrellas y a la luna que cuiden nuestro sueño... y a los grillos les pido que nos arrullen... y ahora que usted me ha dicho que Dios hizo todo, también le diré “gracias”. Pero no sé orar, ¿usted podría enseñarme?

La señora, con los ojos húmedos y una dulce sonrisa en sus labios, abrazándola le contestó: -Eres tú, quien me acaba de enseñar a mí.