En el desierto

Autor: Gloria Leticia Sánchez García

 

Después del Jordán me encaminé fuera del poblado y sin nada más que mi entusiasmo y guiado por el Santo Espíritu, tomé camino del desierto. Sabía que me tenía que retirar para hablar con mi Padre, había tantas cosas que teníamos que decirnos... tenía que ser en un lugar apartado donde sólo Él y Yo... Yo y Él nos pudiéramos comunicar.

Caminé mucho, mucho, hasta que encontré una sombra tras unas rocas y me senté a descansar un poco. Con mis dedos empecé a juguetear con la arena y formé pequeñitos montes y cañadas y recordé la Creación, donde la Trinidad planeábamos un mundo para ti, donde pudieras vivir y ser feliz. Donde lo pudieras tener todo.

Los días se sucedían uno a otro, ayudado por el Espíritu me mantuve tranquilo y con claridad en mi mente, no hubo necesidad de alimento, no..., había tanto que meditar... Hablando con mi Padre, mi parte humana jamás sitió las inclemencias del tiempo ni la necesidad de comer. Fue ahí donde dispusimos que Yo sería el Pan de Vida para ti.

Con los días tan caluroso y secos llegué a ver espejismos, mirando hacia lo lejos vi un lago tranquilo donde los camellos presurosos se acercaban a calmar su sed. También los hombres llenaban sus vasijas y se refrescaban. Fue entonces cuando decidí dar Yo el agua que saciara para siempre tu sed.

Te quiero contar que en ese desierto, miré las estrellas cada noche y pensé en ti. En cada estrella me parecía ver a cada uno de mis hermanos hombres. A ti, padre de familia, que trabajas y te esfuerzas cada día por procurar el alimento para tu familia. A ti, jovencito, que con tus estudios, cantos, reuniones y amistades vas empezando a crear tu futuro. A ti, maestra de escuela, que te duermes cada noche pensando en la clase que darás mañana. A ti, cabecita blanca, que vives temeroso por los días que te quedan en el mundo. A ti, niñito de la calle, que te saliste de tu casa porque nunca tuviste quien encaminara tus pasos. A ti, mujer, que luchas día con día por ganarte un lugar digno y justo. A ti, pequeñito ser no-nato, que fuiste arrojado del cómodo vientre de tu madre. A ti, rico, que te consideras de clase superior y que no puedes mirar hacia abajo donde están tus hermanos y que no duermes por cuidar tus pertenencias. A ti, dirigente o gobernante, que llegaste a tu puesto con ideas positivas y que te dejaste envolver por las malas corrientes no honestas y corruptas. A ti, mujer, que oras en silencio y ayudas al prójimo. A ti, que te pasas hors y días en la cama de un hospital...

Cuando el calor empezó a abrasar mi cuerpo y mi estómago empezó a extrañar el alimento, se hizo presente la tentación. El demonio con sus ofrecimientos me quiso distraer. En ese momento también pensé en ti y oré por ti, porque supe que estarías expuesto día tras día, hora tras hora, a la tentación, y decidí construir una oración donde tú pudieras pedir a Dios Padre que te ayudara a vencerla y fue cuando pensé en el “Padre nuestro”.

Fue en el desierto donde confirmé y acepté mi misión, donde me di cuenta que valía la pena asumir la cruz y padecer y morir por ti... y todo eso fue por ti..., porque te amo.

Con mi divino amor para ti.  

Jesús.

Cuaresma del 2004.