El anciano pastor

Autor: Gloria Leticia Sánchez García

 



Cierto viajero que venía de un país lejano se encontró al principiar la noche, en la entrada de un gran bosque y no pudiendo detenerse ni retroceder tuvo que resolverse a penetrar en aquellas pavorosas tinieblas.

A poco descubrió a un anciano pastor quien se ofreció señalarle el camino explicándole que aquel bosque era extremadamente peligros; estaba cortado por mil senderos semejantes y tortuosos que se cruzaban a cada paso y que todos, excepto uno sólo, conducían al abismo que circundaba aquel bosque, y por si esto fuera poco, estaba poblado de bandidos y de fieras, entre las cuales se encontraba una enorme serpiente que causaba horrorosos estragos, de manera que muy seguido se encontraban los despojos de algún viajero devorado por aquel monstruo cruel.

-La compasión, explicó el anciano, es que me ha movido a situarme a la entrada de este bosque para instruir y proteger al caminante, auxiliado por mis hijos, que animados por el mismo sentimiento, están apostados a determinadas distancias, así pues ofrezco mis servicios, si quiere lo acompañaré.

El semblante pacífico del anciano y su serenidad, inspiraron confianza al viajero quien aceptó el ofrecimiento. De inmediato el anciano tomó del brazo al viajero y tomó con la otra mano una potente lámpara de aceite que alumbraba bien el camino y así se internaron en el bosque.

Al cabo de algún tiempo, el viajero empezó a sentir los efectos del cansancio y con pena observaba que a la lámpara se le estaba terminando el aceite, el anciano al notarlo le dijo, -apóyate en mí y no te preocupes por la lámpara, ya encontraremos a uno de mis hijos quien pondrá aceite en ella. Y en efecto, a poco se percibió una cabañita iluminada, de ahí salió uno de los hijos, quien los hizo pasar, puso aceite a la lámpara y dio algo de comer al viajero y después de un descanso reanudaron el viaje, ahora con el hijo del pastor.

De trecho en trecho el viajero encontró otras cabañas y nuevos auxilios y otros hijos del anciano que lo guiaron, y de ese modo viajando y descansado en las cabañas, toda la noche, logró llegar con los primeros rayos del alba al final del bosque y pudo percibir el gran abismo del que le habló el anciano, cuyo fondo era imposible mirar, pues despedía espesos vapores impenetrables a la vista.

-Este es el abismo dijo su guía, y exhalando un profundo suspiro se enjugó dos gruesas lágrimas que escurrían por sus mejillas. -¿Por qué lloras?, preguntó el viajero. –Lloro porque pienso en la gran cantidad de desafortunados que cada día caen en el abismo y que no aceptan nuestro auxilio, aún cuando mi padre y mis hermanos se los ofrecemos; pocos son los que aceptan; los más inician con nosotros la marcha y luego despreciando nuestros consejos se alejan y se pierden y perecen devorados por la serpiente o asesinados por los bandidos o sepultados en el fondo del abismo. El único puente que hay para cruzarlo sólo nosotros sabemos el camino que conduce a él.

El viajero sumamente agradecido cruzó el puente y pronto encontró el camino para llegar a su amada patria y con su ansiada familia.

Esta anécdota es una parábola, nosotros somos el viajero; el bosque es el mundo y la vida por donde tenemos que pasar; los bandidos son los enemigos de la salvación; la horrible serpiente es el demonio; los miles de senderos son los caminos de la perdición y la única senda que lleva al puente es el camino al cielo. El anciano pastor es Cristo, quien nos ofrece el buen camino, el camino de la salvación; los hijos son los apóstoles, los discípulos, los sacerdotes; la lámpara encendida es la fe que debemos alimentar siempre con oración y buenas obras; el aceite es la religión. Los que caen al abismo o son devorados por la serpiente son los necios, sordos y ciegos que no quieren o que desprecian los mandatos y la existencia de Dios.