Brazos abiertos

Autor: Gloria Leticia Sánchez García

 

 

Fuimos a visitar el cerrito del Calvario. Fue en aquel paseo…, una excursión a la cual mi madre fue invitada por sus amistades, un grupo de mujeres y hombres de la iglesia que últimamente estaban procurado que mi mamá se acercara a Dios… Se me hacía tan raro, ella nunca nos hablaba de Él, decía que la iglesia siempre estaba llena de viejitos y viejitas sin quehacer; decía que Dios era antiguo y que si nos quisiera de verdad estaríamos mejor…

Bueno, la cosa es que ahí estábamos, antes de visitar el pueblo teníamos que subir al cerrito aquel, por medio de unas escaleras… muchas… demasiadas para mi forma de ver… De cuando en cuando había como un monumento con cuadros de un señor joven que lo llevaban entre muchas personas y lo azotaban. Conforme íbamos subiendo me empecé a fijar mejor en los cuadros… Vi a Jesús, (que así se llamaba y lo supe porque tuve que peguntar y me dijeron que era Hijo de Dios) que le ponían una corona espinosa en su cabeza y sangraba… En otro se veía que a Jesús lo habían puesto a cargar una cruz pesada y tenía que llevarla. Yo no entendía cómo podía Él solo cargar aquello. Empecé a pensar en lo malas que eran las personas que lo llevaban y no le ayudaban con aquella carga… En otro cuadro lo vi que se caía, me empecé a desesperar… los escalones nunca acababan y los cuadros aquellos seguían apareciendo. Le pegunté a mi mamá que si ya íbamos a llegar hasta arriba… me dijo que sí que ya faltaba poco. Pero los escalones seguían… siempre seguían… y miré otro cuadro más. En este aparecían varias mujeres rodeando a ese pobre Jesús, con caras tan tristes que hasta se me humedecieron los ojos. –Por qué no lo ayudaban, grité. Una de las señoras me dijo que Él había sufrido mucho por nosotros, que había cargado con todos los pecados de la humanidad, pecados que la gente había cometido y además con los pecados que la gente cometería en el futuro. Me quedé incrédulo, no lo podía comprender, cómo que Él solo cargaba con todos los pecados del mundo y también con los míos…? Sentí tristeza, sentí lástima pero también empecé a sentirme irritado.

En otro cuadro lo estaban acostando en la cruz… y me dijo otra persona que lo estaban clavando en ella… me puse a imaginar el dolor tan grande que debió sentir en sus manos y en sus pies… ¿Pero por qué le hacían tanto daño? ¿que no se daban cuenta que le dolía? Vi que seguía otro cuadro, corrí para llegar primero… ya no me tuvieron que explicar, la cruz estaba levantada y en ella clavado estaba Jesús… y esta vez habían logrado que muriera. Me indigné con toda esa gente y pensé que me hubiera gustado estar ahí para gritarles muchas cosas, pero luego me calmé pues en otro cuadro vi cuando lo bajaron de la cruz y se lo dieron a su madre, eso me lo dijo alguien y me entristecí.

Las escaleras se acabaron, estábamos en la parte de arriba del cerro, ahí había una pequeña iglesia y afuera una enorme cruz de madera. Corrí hacia ella y me quedé mirándola… me imaginé que ahí estaba Jesús clavado con su mirada abajo y sus brazos extendidos.

Las personas que venían subiendo, entraron en la capilla, yo me quedé afuera mirando aquella cruz. Mi madre me llamó para que entrara con ella pero yo no me movía de aquel lugar. Fue mi madre hasta donde estaba yo, miró la cruz y me dijo: ven. Yo le dije: -que no te das cuenta? ese Jesús se dejó llevar hasta la cruz porque nos quiere y ahí murió por amor.

–Y cómo sabes que nos quiere? preguntó mi madre medio molesta.

–Pues sólo vé… ves que en la cruz lo clavaron con los abrazos abiertos?... y sabes porqué?...

–Por qué, preguntó ella.

–Pues porque nos quiere abrazar, ya lo ves?

Mi madre se quedó mirando la cruz y de repente se puso de rodillas y noté dos lágrimas en sus ojos y en voz bajita y despacio dijo: -A h o r a    e n t i e n d o.