Recapitulación

Autor: Germán Sánchez Griese

Fuente: catholic.net con permiso del autor



Es bueno detenernos un poco y hacer un resumen de lo que hemos hablado hasta este momento. Espero que al mismo tiempo que has leído todos estos artículos también los hayas ido poniendo en práctica. Tú bien sabemos que lo aquí expuesto no es simplemente para contemplarse, sino para ser llevado a la práctica de cada día. Ojalá que antes de seguir adelante con este programa de crecimiento interior puedas detenerte por un momento para hacer un balance de lo ya adquirido. ¿He mejorado? ¿Reconozco en mí al hombre y la mujer que Dios quiere de mí? ¿Vislumbro ya algunas cosas buenas? ¿En qué he cambiado más? ¿Qué me falta por cambiar? ¿Qué me cuesta más del cambio que debo hacer?

Preguntas sencillas, pero que están en cierto modo desordenadas. Vamos a tratar de ir haciendo un resumen y así lograr un orden en nuestra recapitulación. 

Comenzamos estos artículos buscando la imagen que Dios había puesto en nosotros mismos, sabiendo que al alcanzar esa imagen conseguiríamos nuestra felicidad. Nos dimos cuenta que si no tengo clara esa imagen de lo que Dios quiere de mi vida la rutina de la vida, las distracciones y tentaciones del mundo pueden ir borrando esa imagen y entonces ponemos todos nuestros afanes en cosas que no nos dan una verdadera felicidad. Por lo tanto, y este sería el primer momento de nuestra recapitulación, habría que revisar con cuánta frescura recuerdo el ideal al que debo llegar. Y más que frescura yo te propondría que revisaras con cuánta ilusión recuerdas y tienes presente el ideal al que quieres llegar. Los atletas cuando se preparan a una competencia muy importante, deben realizar un entrenamiento duro y pesado: largas horas de gimnasio, ejercicios que parecen no tener fin, jornadas agotadoras que comienzan en la mañana y terminan ya muy entrada la tarde, una alimentación en la que no hay nada de antojos. ¿Y todo por qué? Por que se tiene en mente el triunfo, la competencia, el siguiente torneo, la próxima Olimpíada. El atleta cada día mide su avance, compara sus músculos en el espejo con aquella imagen ideal que él se ha formado. Y no nos vayamos muy lejos. Cuántas mujeres y hombres que sin ser atletas al saberse que están un poco pasados de peso se ponen a régimen. La dieta de la luna, la dieta anti-grasa, la dieta basada en aminoácidos o carbohidratos, la dieta de ensaladas y frutas. ¿Y todo por qué? Porque se tiene en mente una figura con cinco, diez o quince kilos menos. Y esa imagen es la que les hace aguantarse las ganas de comer un pastel de chocolate con crema chantillí o una malteada de fresa.

La lucha del espíritu requiere también una gran fortaleza. Somos hombres y mujeres, con nuestras tendencias a lo fácil, lo menos pesado. Podemos disfrutar la felicidad pasajera y pensar que esa es la verdadera felicidad. Entonces hipotecamos nuestra felicidad eterna por un momento de esta felicidad terrena. Y así, pensamos que la felicidad plena y total está en la posesión de bienes, en el poder, en la capacidad de hacer que se haga lo que yo quiero en todo momento y frente a todas las personas. Es necesario por tanto, tener siempre presente el ideal que Dios ha pensado para nosotros y no el ideal que nosotros nos hemos forjado. 

Este ideal ya debería haber quedado plasmado en tu programa de reforma de vida, en tu programa de crecimiento interior. NO basta simple y sencillamente con querer las cosas, con imaginarnos las cosas, con tener buenos deseos. Si no te fijas un programa, una guía y un calendario, ya te podrás imaginar que al cabo de un mes, a lo más dos meses y medio, volverás otra vez a ser el mismo o la misma que antes. ¿Qué habrá pasado? Simple y sencillamente que no te fijaste pautas certeras y claras para tu trabajo espiritual. Lo dejaste todo a la ilusión, a las buenas intenciones al “yo hubiera querido” o “cuánto me gustaría ser un hombre o una mujer nueva”. Programa, guía y calendario. Qué voy a hacer, cómo lo voy a hacer y cuándo lo voy a hacer. Todo esto plasmado, ya lo hemos repetido varias veces. En tu programa de reforma de vida.

Y ese programa de reforma de vida debe tener dos cualidades primordiales: ser capaz de enfrentarte a tu defecto dominante y darte una gran fuerza, ilusión y motivación espiritual. Si faltan algunos de estos dos ingredientes, el programa estará cojo y tarde o temprano caerá por tierra. Si no te ayuda a ver de frente a tu defecto dominante corre el peligro de convertirse en un programa “muy bonito”, “muy piadoso”. Te ayudará a pasar mejor esta vida, a acercarte más a Dios, no hay duda de esa, pero dudo mucho que seas eficaz en tu labor de irte transformando poco a poco en ese hombre y mujer que Dios siempre ha pensado de ti. No estará luchando por nada concreto, solamente por sentirte bien espiritualmente, pero ¿te estarás transformando en un nuevo Cristo que el mundo necesita? Permíteme decirte que lo dudo mucho.

Si a tu programa de reforma de vida le falta la ilusión, la energía espiritual que todos los días debe hacerte brincar y lanzarte hacia nuevas conquistas, pequeñas pero duraderas, podrá convertirse en un martirio. No con esto quiero decir que no haya lucha y que no haya sacrificio. ¿Qué se puede conseguir en la vida que sea bueno y duradero que no cueste trabajo? Lo que intento decir es que si no hay en tu programa una ilusión por avanzar, por ser mejor cada día, sin ese elemento de ilusión muy pronto podrás caer en un defecto que hace de las almas llamadas a alcanzar grandes metas, unas almas que se debaten en la mediocridad. Me refiero al defecto de la rutina. Hacemos las cosas, porque debemos hacerlas. Hacemos las cosas porque es bueno mantenernos en gracia de Dios y así alcanzar la vida eterna. Hacemos las cosas porque tenemos miedo a Dios que nos puede castigar y lanzar a los infiernos. Hacemos las cosas, porque no sabemos hacer otras cosas diferentes. ¡Qué pena es cuando un alma ha perdido esa lozanía, esa frescura de la que hablábamos al principio de este capítulo! Se parecen a aquellas personas que van por la vida, como zombis, como autómatas, actuando como robots, sin ver más allá de un horizonte gris e igual para todos los días. Con un poco de ilusión, teniendo la meta cercana a su corazón la vida espiritual puede ser no solamente interesante, sino apasionante: buscar siempre nuevas metas, nuevos horizontes.

Hemos visto también que junto con la ilusión y las metas claras y bien definidas, debe darse una voluntad bien formada. No bastan las ilusiones, es necesario una voluntad firme que te ayude a alcanzar tus metas espirituales. ¿Recuerdas los ejercicios que te aconseje para alcanzar esa fuerza de tu voluntad? De vez en cuando es bueno recordarlos, ¿no crees? Además, conforme se avanza en la vida espiritual las metas pueden hacerse más difíciles y es entonces cuando requerimos de una mayor fuerza de voluntad.

Por último hemos aprendido a quitar esos abrojos y espinos de nuestro corazón a través de la purificación interior. Con nuestra confesión bien llevada podemos estar seguros de hacer ese “servicio de mantenimiento” cada vez que sea necesario y así tener nuestro corazón siempre en regla, siempre en orden.

Si te has dado cuenta, la recapitulación hecha hasta ahora nos ha servido para darnos una idea del lugar en donde nos encontramos. Aún nos falta un poco de camino. ¿Quieres acompañarme en los siguientes capítulos para adentrarte más en tu vida espiritual?