¿Quién está loca?

Autor: Germán Sánchez Griese

Fuente: catholic.net con permiso del autor



Se levanta muy de mañana, antes de que salga el sol. Se prepara y después de pasar un buen tiempo en diálogo íntimo con su Esposo, toma un pequeño desayuno y ya la vemos en acción. Recorre gustosa los pasillos del hospital tomando en sus manos los brazos de enfermos, niños o ancianas. Acomoda almohadones, abre cortinas y ventanas, sacude el polvo, trapea pisos y limpia los cristales. 

Antes de la comida se las ingenia para dirigir el grupo de psicoterapia ocupacional en el reparto de esquizofrénicos y pacientemente asiste a los que menos pueden valerse por sí mismos en el comedor de los niños con síndrome de Down, especialmente aquellos que sus padres han abandonado por no sentirse con las fuerzas para aceptar esa prueba.

Come con la comunidad y después de un breve reposo vuelve a la carga, al “campo de batalla” como ella suele llamarlo cariñosamente. ¿Su lugar preferido? Aquel corredor separado de todo el hospital psiquiátrico por una rejas. Son los incurables, los aquejados de males mentales, los exdrogadictos, exalcohólicos que han quedado tocados de por vida. ¿Su labor? Supervisar que los voluntarios hagan un trabajo digno, a la altura de personas humanas para que no sean tratadas como cosas. Muchas veces la vemos lavar pacientemente una pared que ha quedado sucia por la comida que ha ido a parar ahí por la crisis de un enfermo, o zurcir una butaca venida a menos por las uñas de uno de aquellos desesperados. ¿Quién es el loco? ¿Los enfermos mentales o ella que ha entregado su vida al servicio de ellos?

Así es la vida de las “Hospitalarias” o Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, fundadas por San Benedetto Menni en 1881, en la comarca de Ciempozuelos, en Madrid. 

El don de la entrega sin reservas y la solidariedad de frente al egoísmo son una constante en la vida de estas religiosas. Sin distinción de raza, de clase social, país, ideología política, cultural o religiosa, pues así se los ha indicado su fundador en uno de los muchos escritos que les ha dejado como testimonio espiritual: “sin distinción de proveniencia”. Una entrega que debe reflejarse en una asistencia integral al hombre, puesto que el objetivo de las Hospitalarias es el bien del alma mientras se cura el cuerpo, respetando su dignidad, porque, como decía su fundador “un hombre tiene el derecho de ver a otro hombre de arriba abajo sólo cuando lo ayuda a levantarse”. Con la tarea riesgosa de asistir a los más pobres, exponiéndose al peligro, optando siempre por las empresas más arduas, más difíciles, incluso en los gestos cuotidianos más pequeños, humildes, silenciosos y concretos, considerándose afortunado de sufrir en silencio. Y por último, lo más importante, haciendo todo por amor de Dios y por amor al próximo.

Por ello la Hospitalaria no se confunde con una enfermera de turno o con una trabajadora social o con alguien que hace apostolado. La Hospitalaria es una apóstol las veinticuatro horas del día, desde que se levanta, hasta que despide el día en compañía de su Esposo, en la capilla del hospital psiquiátrico donde ella normalmente trabaja y entrega su vida.