¿Minifalda o chador?

Autor: Germán Sánchez Griese

Fuente: catholic.net con permiso del autor





Hay épocas en el mundo que se definen por los acontecimientos históricos que los circundan. Sin ir más lejos, la Segunda Guerra Mundial y su época inmediata posterior, la Guerra Fría, dejaron una huella indeleble en las sociedades de los años cincuentas y sesentas del siglo pasado. Y tal parece que la guerra contra el terrorismo será la encargada de delinear el futuro de las generaciones durante las primeras décadas del Tercer Milenio. Hemos oído hasta la saciedad “que las cosas” ya no volverán a ser igual. Dejando para un análisis más detallado el examen profundo de lo que entendemos por “esas cosas” podemos afirmar indudablemente que varios cambios se avizoran en el futuro.

La opinión pública hoy en día lanza despiadadamente sus diatribas en contra de los musulmanes fundamentalistas, autores, así se nos ha hecho creer, de los más crueles atentados terroristas. Desde el ataque a las Torres Gemelas y el Pentágono, pasando por los kamikazes de Medio Oriente que parecen sembrar de bombas las calles de Jerusalén, hasta las vejaciones contra los derechos de la mujer, el mundo árabe es el responsable de una gran parte de la maldad que hay en el planeta.

En contra de una falsa tolerancia que permitió al mundo árabe acampar en Europa, ahora se alzan voces, como la de la escritora italiana Oriana Fallaci -¿se acuerdan de su libro que fue un best seller, allá por los años ochenta “Carta a un hijo jamás nacido”?- que gritan desde una profunda conciencia los atentados, no sólo terroristas, sino culturales en contra de la civilización occidental y por ende, en contra del cristianismo. Sin exageraciones nos atrevemos a decir que islamismo y cristianismo pueden llegar a ser considerados términos antagónicos. Para nosotros, educados en la fe católica, los musulmanes representan parte del gran pueblo de Dios, hijos de Ismael, co-herederos de las grandes promesas del Antiguo Testamento. Pero para ellos –o para algunos de ellos, para ser más precisos- nosotros somos los infieles, los enemigos, los que hay que convertir al Islam... o hacerlos desaparecer.

Sin exageraciones también podemos afirmar que el modo de mirar el mundo –la cultura- es muy distinto en el Islam que en el cristianismo. Y si me equivoco, que lo digan todas las feministas que desde siempre se han lanzado a la calle para protestar por la forma en que se trata a la mujer en los países de la Media Luna. Y si me equivoco, lo puede atestiguar una de las más feroces políticas radicales de la Italia y feministas a ultranza por excelencia: Emma Bonino, parlamentaria europea y actual diputada del parlamento italiano. Ella misma nos podría contar como salió de Afganistán corriendo, a punto de perder la vida, después de una gira para proclamar la liberación del chador.

El chador, para la cultura occidental es la expresión de la falta de derechos de la mujer en el mundo árabe. La dignidad y la valoración de la mujer, se reducen para los occidentales a cero en los países de la Liga árabe: se les niega el derecho a la educación, a la participación en la vida política y social del país, a los más elementales servicios de sanidad y en algunos casos, como lo es en Egipto, el derecho al placer sexual.

¿Esto nos escandaliza a nosotros, liberales occidentales, promotores de la dignidad y de los valores de la mujer? Es cierto que en nosotros causa no poco reparo estas posturas que reprimen derechos elementales de la dignidad de la mujer, pero... ¿es que nosotros no nos escandalizamos por lo que hemos hecho con la mujer en el mundo occidental? La mujer en nuestra cultura tri-milenaria, puede escoger la pareja con la que se casará, puede estudiar lo que le venga en gana, puede trabajar en la oficina, en la calle o permanecer en su casa, tiene el derecho a votar y a ser votada. Muy bien... pero ¿cuántas páginas pornográficas de Internet tenemos en nuestro mundo occidental en donde se rebaja la dignidad de la mujer y se la presenta como una cosa, como un objeto de placer? ¿En cuántas de nuestras esquinas de las ciudades del primer mundo, o en las amplias carreteras se ofrecen como mercancía los cuerpos de mujeres para prostituirse? ¿Cuántas mujeres son obligadas a renunciar al derecho de la maternidad por una presión económica? ¿Se toma en cuenta el parecer de la mujer cuando se le presenta el aborto como la única y primer medida de la así llamada “salud reproductiva”? ¿Se respeta y se valora a la mujer cuando debe estar siempre al servicio de un hombre para satisfacer sus apetitos sexuales, pidiéndole que siempre esté disponible utilizando fármacos y productos químicas que atentan contra su salud al alterar sus ciclos de vida naturales?

Puestos a escoger, la cultura de la minifalda y la cultura del chador atentan contra la feminidad de la mujer. Que claras y precisas aparecen entonces las palabras de Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Mater del 25 de marzo de 1987, en donde habla claramente de lo que debe ser la feminidad de la mujer: “Por lo tanto se puede afirmar que la mujer, al mirar a María, encuentra en ella el secreto para vivir dignamente su feminidad y para llevar a cabo su verdadera promoción. A la luz de María, la Iglesia lee en el rostro de la mujer los reflejos de una belleza, que es espejo de los más altos sentimientos, de que es capaz el corazón humano: la oblación total del amor, la fuerza que sabe resistir a los más grandes dolores, la fidelidad sin límites, la laboriosidad infatigable y la capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y estímulo.” (Redemptoris Mater, 46)