Carta a los cristianos

Más allá de la sacristía

Autor: Padre Gerardo Moreno

 

 

Desde que Jesucristo comenzó su vida pública, su pastoral y proyecto de salvación; decía muchas promesas haciéndolas realidad. Cuando Jesús, el Señor, hablaba al mismo tiempo hacía lo que pronunciaba con sus palabras. De hecho hizo una serie de promesas, que desde el punto de vistas actual bien pudiéramos decir que es un mal gobernante, porque cumplía lo que prometía, cosa contraria a la realidad, con sus pocas excepciones, por supuesto. En otras palabras, Jesús, a diferencia de muchos gobernantes, sigue cumpliendo lo que promete, ¿qué hace un gobernante? ¿Cumple lo que promete? ¿Dice haciendo? Basta con que veamos nuestra realidad y tendremos las respuestas necesarias.

En estos momentos cruciales para nuestro país, la Iglesia tiene un papel que desempeñar, el cual no es contrario a su naturaleza, pues, desde la fundación de ella, incluso antes, ha sufrido persecución, y eso es bueno, porque la fortalece y la impulsa a seguir predicando el mensaje de Cristo desde la realidad. La Iglesia de una u otra manera está rozando constantemente obstáculos, heridas, humillación, calumnias y martirios, pero ya el mismo Jesucristo lo ha dicho: "Y ahora yo te digo: Tú eres Pedro (o sea Piedra), y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; los poderes del mal jamás la podrán vencer…" Estas palabras de Jesús la podemos confirmar en el evangelio de Mateo 16, 18 y paralelo. A estas alturas, en lo particular, he confirmado una y otra vez que Jesús, el Señor, sigue fortaleciendo a la Iglesia, a los hombres y mujeres que sirven al prójimo sin importar credo, estatus ni ideología política.

Hoy como Iglesia tenemos que ir más allá de la sacristía, de hecho, cuando la Iglesia va más allá de la sacristía los gobernantes y los que detentan el poder sienten miedo, y buscan las maneras de callarla, apaciguarla, algunas veces pretenden hacerlo con un "bozal de arepa", humillando a diferentes personas eclesiásticas, esperando que un sacerdote cometa un error para hacerlo el hazme reír de la sociedad y tantas malas intensiones con las que actúan los poderosos con la única idea de que la Iglesia calle y vuelva a la sacristía.

Basta con mirar la realidad venezolana, el Gobierno actual, desacredita a los obispos, al cardenal y a los sacerdotes que no estamos de acuerdo con esta locura, y reitera que tenemos al diablo. Busca sacar a Dios de las escuelas y se convierte en el dios (el Gobierno) de carne y hueso como el becerro de oro en el tiempo de Moisés.

Eso de que Venezuela ahora es de todos, tendríamos que preguntarnos ¿Cuál Venezuela? ¿La Venezuela llena de odio, dividida y resentida? ¿La Venezuela excluyente y humilladora de los pobres y más necesitados? Esa Venezuela no puede ser de todos, si no de unos vivos que se basan en un lenguaje revolucionario que no practican, una pobreza y unos pobres que en la vida rechazan y humillan poniéndolos a hacer grandes colas para recibir migajas; pero para los revolucionarios es necesario que los pobres sigan siendo pobres y si es posible empobrezcan más, ya que es la manera de mantenerse en el poder.

Venezuela será nuevamente de todos cuando salgamos a la calle y nos volvamos a estrechar las manos como hermanos, cuando nos encontremos para ver un juego de Magallanes y Caracas sin importar la ideología política, cuando salgamos y busquemos la solución a los problemas de los servicios públicos, cuando volvamos a pasar un fin de semana en paz y disfrutando con la familia.

Por cierto, miremos la historia y observemos a los diferentes dictadores que ha parido la ambición, todos, sin excepción, han buscado que lo idolatren, sus proyectos, ciertamente, han sido sus proyectos, pero no el proyecto de un país. Todos los dictadores han pegado su imagen en los rincones del país donde se desenvuelven, pero el proyecto de país no aparece por ningún lado. Es bueno que miremos a Venezuela.

Algo que olvidaba, cuando Jesucristo se encuentra con los pobres y necesitados no siente lástima por ellos, sino compasión, porque sentir compasión es compartir la misma pasión y necesidad por la que pasa la persona, pero la levanta de su situación; en cambio, quien siente lástima por alguien, cree que nunca va a salir de su necesidad y debe seguir siendo pobre, porque salir de la pobreza, según el Gobierno, es malo.