Don Julián Besteiro

Autor: Astor Brime

email: gegarcas@hotmail.com

 

 

Una faceta desconocida

 

 

      La conmemoración del cincuentenario de la muerte de don Julián Besteiro convocó, en la ciudad de Carmona (Sevilla), a muchos de sus seguidores ideológicos. Suponemos que no sólo para rendir homenaje el hombre egregio, que lo fue, sino para reafirmar convencimientos de ideología política, al tomarlo como santo y seña paradigmático.

      Por lo primero, creemos que cualquier persona de bien no tendrá dificultad en reconocer la gran talla humana del que, con entereza ejemplar, afrontó el peligro trágico, al que sabía que se exponía quedándose en España, en su España, para firmar capitulaciones de rendición. Valentía que otros no tuvieron, aunque ahora llegue hasta los rincones del bla-blá con el que ligan sus personas a la bicoca del vivir político y sus emolumentos económicos. El no concordar con la segunda posible faceta del homenaje carmonense, no nos priva de declarar adhesión a la efemérides, elogiando al científico ilustre, al varón de gobierno egregio, al patriota convencido, al hombre de pelo en pecho, digno de mejor suerte, que la le llevara a la oscuridad  carcelaria de la última etapa de su vida.

      Por ello, vamos a develar aquí una faceta puntual, de la cual no escriben los periódicos, ni se hacen eco atronadores tablaos y carpas mitinescos. ¡Oh, si a muchos periodistas y biógrafos les fuera dado abrir cronicones íntimos de monasterios, o entablar charlas de recuerdos con frailes y curas encargados de ministerios religiosos sacerdotales en centros de reclusión! Ya don Armando Palacio Valdés expresaba su literaria envidia a los confesores. Lo decía por lo que hubiera conseguido para el estudio íntimo de la persona, al descubrir ésta su alma en la intimidad del Sacramento del Perdón. Pero ni las crónicas de convento para reseñas de familias religiosas vividas en fraternidad, ni mucho menos el rito que está avalado por el sigilo más sagrado que existe entre humanos, están hechos para pábulo de primicias periodísticas.

      Aconteció que, al serle conmutadas a don Julián Besteiro las penas de muerte por el jefe del estado, al que había rendido la derrota, fue confinado en la cárcel de Carmona (Sevilla), como todo el mundo sabe. (No en Ronda, como años ha escribía en un diario Marro, que añadía, “víctima de las torturas de las cárceles franquistas”. Quien no lo crea, que eche mano de hemerotecas del periódico El País y verá que no miento). Era entonces la cárcel de Carmona tenida como centro  de reclusión de presos privilegiados. Como que en ella, la facción entonces victoriosa, respetuosa con todo lo que tuviera relación con la Iglesia, tenía allí recluidos a un grupo de curas vascos. Por ello, sin duda, a don Julián Besteiro lo encarcelaron allí. Por aquel entonces, los Padres Redentoristas, con residencia en Carmona, eran los encargados de los cuidados religiosos de los presos de la cárcel que los solicitaran. El superior de dicha comunidad religiosa era el Padre Cástor Diz (q.e.p.d.), profesor después de Teología en el Colegio de Estudios Mayores de Astorga. Del padre Diz y del padre Benjamín Piorno (q.e.p.d.), con el que compartí muchos trabajos pastorales, y de otro pare que aún vive cuando esto escribo, e iba también a los antedichos ministerios a la cárcel carmonense, son de los que tenemos noticias, algunas de las cuales insertamos aquí, uniéndonos, de la antedicha manera, al homenaje que en el cincuentenario de su muerte le tributaron sus correligionarios.

        “Había que verlo, al pobre y bueno de don Julián Besteiro, con aquella chaquetilla, él, que había sido tan grande en la república”.Varias veces le he oído al tercero de los anteriores redentoristas aludidos esta frase.

      Y al padre Benjamín Piorno, en mis años jóvenes de ministerio, cuántas veces le sonsacaba anécdotas de sus idas a la cárcel. Me contaba, por ejemplo, que a don Julián Besteiro, tan educado él, le repugnaban aquellos curas vascos, malhablados, taqueros, maleducados. Por ello los rehuía, no hablaba con ellos. Y que le agradaba pasear dentro de la cárcel con el padre redentorista de turno en la visita, por su educación y bondad.

      Pero el que más relación coloquial y epistolar tuvo con don Julián Besteiro en ese tiempo fue el padre Cástor Diz.  Pequeño él de cuerpo, pero grande de espíritu sacerdotal y teólogo consumado. Alguna vez, y como ultrapasando límites de libertad ideológica religiosa, por su afán de atraer al científico agnóstico preso hacia posible conversión, tuvo de don Julián respuesta digna como ésta: “Padre, de esto no hablemos; respete usted mis ideas, como yo respeto las suyas”. Y ya lo creo que el padre Diz las respeto. Años después, en las aulas asturicenses, les leía a sus alumnos de Teología cartas de don Julián Besteiro a él escritas, para enseñarles cómo pensaban agnósticos verdaderos, con impugnaciones muy serias sobre la Iglesia-institución, y otros fallos de ésos, que han sido - y son – chafarrinones en la fachada humana de esta edificación de Cristo. ¡Qué pena de aquel día en que el padre Diz quemó esas cartas, con otros muchos papeles de esos, que en la intimidad de nuestras celdas conventuales tenemos muchos sacerdotes!...

      Y un día, hace ahora ya más de cincuenta años, le llamaron desde la cárcel al Padre Diz, porque don Julián se estaba muriendo. En la cabecera de su lecho permaneció el sacerdote hasta recoger sus últimas boqueadas. El moribundo estaba ya sin sentido. El padre Diz rezaba en alta voz, suscitándole jaculatorias de confianza en Dios, de arrepentimiento, de perdón... En la faz cadavérica, ningún rictus que pudiera indicar percepción de lo que el sacerdote le ofrecía. Le aplicó el crucifijo a la boca. Sus labios no se movieron. Pronunció el sacerdote, cómo no, la fórmula de la absolución sacramental. De este modo me fue relatados a mí de viva voz los últimos momentos de su vida. Sin embargo, habiendo querido compulsar para más veracidad datos, acudí  a quien guarda las “Crónicas” de la que fue residencia de los redentoristas en Carmona, quien por carta, que conservo, me escribió: “ Respecto de Besteiro es muy poco lo que consigna la crónica de Carmona: “El 27 (septiembre de 1940) murió en la cárcel de aquí, donde cumplía los 30 años de condena, el famoso y nefasto líder socialista D. Julián Besteiro. Rechazó al sacerdote y los sacramentos”.  Se me da después el nombre del cronista de la comunidad, y se me añade: “ El P. Diz, que posteriormente estuvo de profesor en Astorga siendo yo todavía estudiante, nos contaba a veces algo de sus conversaciones con Besteiro, pero no es mucho lo yo puedo precisar ahora”. Los designios de Dios, como escribiera Pablo de Tarso, son insondables, y en esas horas finales de la existencia temporal humana, sólo Dios sabe lo que puede pasar en la conciencia de una persona recta. Y que don Julián Besteiro fue un hombre humanamente recto, nadie lo podrá poner en duda. Por eso, nuestro homenaje de adhesión a los que celebraron la efemérides del cincuentenario de su muerte, y que ahora al sacar a la luz las líneas que entonces escribimos, sigue siendo sincero.

 

                     ASTOR BRIME (Sevilla)   

 

      Nota: En carpetas de fotos de mi celda conventual guardo una fotografía en negro de don Julián Besteiro entre los curas vascos de la cárcel de Carmona. Esta foto vino a nuestra residencia de Sevilla al trasladar objetos (libros, menaje, etc.) de la casa de Carmona a nuestra residencia de Sevilla al dejar los redentoristas la residencia carmonense.