La tercera dimensión

Autor:  Carlos Padilla

Fuente: Gama

 

 

En una ráfaga, en una imagen, el optimismo es ponerse las gafas tridimensionales y recomenzar a ver, a vivir. ¡Ojala que muchos ya hubiesen comprado estas gafas!

¿Y si no se han adquirido...? Entonces al abrir el periódico, deprimirán los crímenes, las catástrofes y las zancadillas de la farándula. Y una vez machacados anímicamente nos rematarán los pronósticos de un tráfico tupido, y como siempre, la constante alza de precios.

Con estas gafas, en cambio, animan las declaraciones del portero del Parma Luca Bacci “ejerzo el voluntariado, soy padre de dos hijos y aunque emprendo iniciativas solidarias tiendo a no ostentarles, pues creo en el Evangelio y la recompensa no la quiero obtener en este mundo”; o la de Michele Hunsiker ex miss Italia “es mejor recibir un portazo en la cara que traicionarte a ti misma y a tus valores”; llenarán de entusiasmo los 500,000 jóvenes que sacrificaron un fin de semana soleado para acompañar al Papa en Loreto testimoniando su fe; la ayuda de caritas a 50, 000 damnificados del terremoto en Perú, los millones de voluntarios que desgastan sus vidas en el tercer mundo y un sin fin de motivos de esperanza, que se hacen sentir si se activa: la tercera dimensión.

El optimista penetra otras dimensiones y descubre que vale la pena vivir y vivir con esperanza. Ver en una dimensión es quedarse con lo hosco, lo sombrío, lo “demasiado humano”. La segunda dimensión te lleva a juzgar la virtud y medir la cantidad de bien y de mal, dividir a los justos y a los malhechores, establecer unos parámetros solamente racionales, y a decir verdad, bastante descorazonados. La tercera dimensión ¡y vaya que hace falta coraje tan solo para decirla! es la del cristiano.

Así de claro, el autentico optimismo hunde sus raíces en la esperanza cristiana. “Dum spiro spero” mientras respire hay esperanza. El seguidor de Cristo se da cuenta del mal, pero enfoca las gafas que hacen surgir lo creativo, lo progresivo, lo esperanzado, como dijo Theillard de Chardín. El cristiano enciende el ingenio para resolver el problema, pone en marcha la maquinaría para hacer progresar al mundo y eleva la esperanza porque no todo depende de él, sabe que su optimismo le viene de Aquel que es la Alegría y la Vida.

Porque el optimismo no es ni anestesia, ni ceguera, sobre todo es actitud. La actitud del que ve con otros ojos, sin esconderse la realidad, ni minusvalorar los problemas.

No es difícil cazar a los negativos, salen a la luz con frases como estas: “El mundo se hunde cada día más y Dios aparece cada vez menos”. Es decir, que en toda su vida estos ni trabajan por Dios, ni se apoyan en Él. A Dios solo le mencionan cuando necesitan un culpable, un egoísta. “A ese inútil que no le ha venido en gana arreglar el mundo. Ya pudiera Él castigar a los malos, y aventar sacos de comida a los pobres” dicen.

Optimismo es optar, y el cristiano está feliz de saber que Dios le ha regalado la libertad para obrar el bien y ayudarle a construir su plan de salvación. Martín Descalzo lo dijo magistralmente: “Con la omnipotencia de Dios y nuestra debilidad juntas hay más que suficiente para arreglar el mundo. Dios es lo suficientemente listo para saber mejor que nadie que la omnipotencia se admira, se respeta, se venera, crea asombro, admiración, sumisión. Pero que sólo la debilidad, la proximidad crea amor”.

Los pies en la tierra, el corazón en el cielo y la sonrisa en el rostro ¡así marcha el optimista por las sendas del mundo! Nos brinda más paz el perdón que el rencor, la ilusión que el desencanto, la alegría que la tristeza, el dinamismo que la pasividad, la jovialidad que el ostracismo, la fe entusiasta que la incertidumbre, el amor que la negatividad.

Y visto así de concretito es ridículo reducir el optimismo a elevar el pulgar poniendo cara de mojigato. El optimismo va vislumbrado en tercera dimensión, envuelto en bandera de esperanza,. Una persona optimista no contagia, eleva y cuando muere no deja del todo la tierra. “No es este mundo el hogar prometido, es el sitio de prueba, de fragua y entre las chispas que saltan y el hierro que se escuece más vale que haya sonrisas, porque el destino final estará repleto de ellas”.