Reforzar la esperanza

SS. Benedicto XVI en Brasil

Autor:  Ignacio Sarre L.C

Fuente: Gama

 

 

Que el Papa vaya a aparecer en Aparecida no parece casualidad. Y no es un juego de palabras. Podremos corroborarlo si analizamos la breve historia del Consejo Episcopal Latinoamericano y las cuatro anteriores Conferencias Generales. La cercanía y presencia de los Papas han sido providenciales para fomentar la unidad y la comunión, para iluminar con su palabra y, sobre todo, para reforzar la esperanza.

El CELAM nace en la Conferencia de Río, en 1955. En esa ocasión el Papa Pío XII se hizo presente, a través de un delegado, con una carta apostólica que comenzaba así: “A la Iglesia de Cristo que vive en los países de América Latina tan ilustres por su fidelidad a la religión y por sus glorias nacionales, así como por las esperanzas que ofrecen de un porvenir de mayores grandezas...”. Su preocupación esencial fue la promoción de las vocaciones y de una profunda formación en la fe.

En agosto de 1968, la Conferencia se realizó en Medellín. Pablo VI acudió personalmente para la apertura de la misma. Fue la primera vez que un Pontífice pisó suelo latinoamericano. En su discurso, el Papa afirmó: “Esta es para la Iglesia una hora de ánimo y de confianza en el Señor”. La conferencia estuvo enmarcada bajo el tema: “La Iglesia en la actual transformación de la América Latina , a la luz del Concilio Vaticano II”.

Enero de 1979. Sólo tres meses después de haber iniciado su pontificado, Juan Pablo II había emprendido su primer viaje apostólico. En Puebla inauguró la tercera Conferencia General. El tema fue «El presente y el futuro de la evangelización en América Latina». En su discurso, el Pontífice concluyó así: “La Iglesia tiene puestos los ojos en vosotros, con confianza y esperanza... El futuro está en las manos de Dios, pero, en cierta manera, ese futuro de un nuevo impulso evangelizador, Dios lo pone también en las vuestras.”

Celebrando el quinto centenario del descubrimiento de América, en octubre de 1992, el Papa Wojtyla viajó a Santo Domingo para inaugurar la cuarta Conferencia General. El tema fue «Nueva Evangelización, Promoción humana, Cultura cristiana». La mirada estuvo centrada en Jesucristo. El último apartado del discurso de Juan Pablo II quedó bajo el título: Una nueva era bajo el signo de la esperanza. Ahí afirmó: “La tarea que os aguarda durante las próximas jornadas es ardua, pero marcada por el signo de la esperanza que viene de Cristo Resucitado. Misión vuestra es la de ser heraldos de la esperanza”.

Esperanza. Jesucristo. Evangelización. Parecen el eje que delinea la continuidad y la renovación en este camino de la Iglesia en Latinoamérica durante los últimos 50 años. Meses atrás, cuando un periodista preguntó al Papa sobre sus próximos viajes, Benedicto XVI afirmó que ésta sería una peregrinación “para reforzar la esperanza que está viva en aquella región”.

La esperanza está viva. No es sólo un decir lo que ya Juan Pablo II repitió con tanta insistencia: “el continente de la esperanza”. Pero hay que robustecerla. Debe ser una esperanza arraigada, no en motivos humanos, sino en la experiencia de fe en Jesucristo. Es una esperanza que debe ser manifestada como novedad de vida en todas las dimensiones personales y sociales.

La quinta Conferencia General de Episcopado Latinoamericano se inserta así en esta historia. “Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida”. El Papa Benedicto viene como mensajero de esperanza ante los numerosos desafíos que enfrenta la Iglesia en América Latina.

Su visión de la realidad latinoamericana la ha trazado dos recientes discursos: el 20 de enero, durante la Plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina; y el 17 de febrero, en su alocución a los Nuncios de América Latina.

El Papa llama a alimentar la fe en la oración y meditación de la Palabra de Dios, a reavivar la vida sacramental. Si falla esto, fácilmente se explica el avance de las sectas y la influencia creciente del secularismo hedonista postmoderno. Los católicos en Latinoamérica deben recibir una sólida formación doctrinal y espiritual; testimoniar una fe madura y llena de alegría; reconocer y defender siempre la dignidad de cada ser humano.

En definitiva, deben profundizar y asumir el estilo de vida propio de los discípulos de Jesús para que sean savia que configure la identidad de sus pueblos, para que la Buena Noticia arraigue en la vida y en la conciencia de sus hermanos, contribuyendo así a la construcción de una sociedad más justa, más humana y cristiana.

Son muchos los retos. Pero el Papa ha hablado también del “inmenso potencial misionero y evangelizador” con que cuenta la Iglesia en sus jóvenes y familias. Con seguridad ha afirmado: “en verdad enormes son las potencialidades espirituales a las que puede recurrir América Latina, donde los misterios de la fe son celebrados con ferviente devoción y la confianza en el futuro es alimentada por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas.”

La esperanza implica un bien aún no del todo conseguido. Pero connota también que se tiene la fuerza para alcanzarlo. Benedicto XVI reforzará la esperanza y nos recordará que “sólo viviendo intensamente su amor a Jesucristo y entregándose generosamente al servicio de la caridad, sus discípulos serán testigos elocuentes y creíbles del inmenso amor de Dios por cada ser humano”.