La pregunta que no cesa

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 

                                         

                

Hoy nadie está en condiciones de presagiar el fin de la religión como manifestación trasnochada de una mentalidad primitiva en nombre de la ciencia y del propio proceso liberador de las sociedades humanas.

 

La ciencia actual, cada día más honesta en sus planteamientos, ha superado con creces cualquier pretensión de presagiar el final de la Religión como enemiga del progreso, de los planteamientos científicos y de la propia realización del hombre.

 

Han pasado tiempos en que declararse científico era sinónimo de posturas ateas y de planteamientos ajenos a toda trascendencia.

 

Alfredo Kastler, premio Nobel de Física, declaraba en el año 1968: “La idea de que el mundo, el universo material, se ha creado a sí mismo, me parece absurda. Para un físico, un solo átomo es tan complicado, supone tal inteligencia, que un universo puramente materialista carece de sentido... Yo no concibo el mundo sino con un Creador infinitamente inteligente...”

 

John B. Haldane, famoso genetista británico, profesor de Cambridge, afirma que el origen de la vida es imposible sin un Ser Inteligente preexistente. La vida no se ha formado por causalidad, sino que se basa en leyes bien precisas”.

 

Wittgenstein, que afirmaba que las fórmulas religiosas de fe no pasaban de ser para él hipótesis no empíricas, trabajó como enfermero en un hospital en Londres y renunció a su Cátedra, trató de defender la Religión contra sus detractores positivistas más radicales. Afirmaba que la Religión afecta también a nuestros pensamientos y acciones. Él argumentaba que “...en el mundo hay algo problemático, lo que llamamos sentido. Y que este sentido no está en él, sino fuera de él... Al sentido de la vida, esto es, al sentido del mundo podemos llamarlo Dios”.

 

Esta tendencia direccional de la realidad, que parece cada día más consensuada por la comunidad científica, encaja perfectamente con la búsqueda de sentido global último de la propia existencia, de la propia realidad en su conjunto y del curso de la historia; realidades que son en el fondo la dimensión religiosa de todo ser humano