La muerte

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 

        

Sería un error teológico de incalculables consecuencias creer que la reflexión cristiana ha dulcificado el drama de la muerte y el horror al sufrimiento por la esperanza de la resurrección. Sería una distorsión pensar eso.

Ninguno de los evangelistas, ni siquiera Juan, eliminó de sus obras el final trágico de Jesús. Ninguno ocultó este hecho, y nadie, ni siquiera las Iglesias cristianas, pueden, en nombre de la resurrección, quitarle importancia y, menos aún, dulcificarla.

Si bien es cierto que la sociedad actual, hedonista, promotora del consumismo más atroz e impulsora de una cultura desequilibrada ha arrinconado, e incluso se ha olvidado de la muerte y del sufrimiento, convirtiéndolos en espectáculos para entretener; también no es menos cierto que es una terrible pérdida no tener a la muerte como última instancia, o penúltima para los cristianos, de la vida del hombre actual. Ella se convierte en un principio de impulso para no instalarse en esta realidad para siempre como lo único existente, y abre la pregunta sobre el gran quizá de la vida más allá de la muerte.

La muerte es una amenaza para la vida del hombre. Ya está presente en el momento de nacer como la tendencia final. Ella arrasa personas, pueblos, civilizaciones, proyectos... Y ella misma puede convertirse en el gran muro que cuestione la existencia de Dios, cuando se concreta en un ser querido, en la matanza de inocentes, en la agonía lenta y tortuosa de enfermos en los hospitales. Yo diría que es la única amenaza para la creencia en Dios.

La muerte abre, a nivel filosófico, planteamientos profundos sobre el "gran quizás". No basta a muchos la postura agnóstica de instalarse seguros en lo presente, olvidando los desastres y la muerte de su alrededor, y negando la posibilidad de plantearse la pregunta sobre el más allá tachándola de inútil y vacía. Pero, para otros, la postura atea, en sus múltiples vertientes, no basta.

Por otra parte, el creyente de hoy desea conocer qué respaldo bíblico y teológico puede tener su propia queja ante el sufrimiento del inocente y su rebeldía dentro del proyecto de salvación. Además, cada creyente debe enfrentarse a una pregunta que atormenta a los contemporáneos como nunca, el sufrimiento del justo o del inocente, y enraizar nuestra propia queja en el meollo de nuestra conflictiva existencia abierta a la fe.