La kénosis de Dios.

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 


Para comprender la vida toda de Jesús es necesario situarla en la dinámica del amor. El amor es el único camino que humaniza al hombre de ayer, hoy y mañana. Sin el amor jamás la historia saldrá de los escondrijos del egoísmo y la envidia, la violencia y la desolación.

El amor es "paciente, servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactansiosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta" (1 Cor 13, 4-7).

La cangrena de la maldad se deposita en el corazón del hombre y los alacranes de la angustia se esconden en el interior, pero el amor lo limpia y su luz invisible ilumina los secretos más ocultos.

El amor jamás encuentra su fundamento en la vida finita del hombre, porque su origen está más allá de lo inmanente y más íntimo que la empatía misma.

Y la expresión máxima del amor es el rostro de Dios mismo, que se abaja en su propia dignidad y grandeza para elevar al hombre hacia Él.

Esta Kénosis divina es la que enmarca toda la encarnación de Dios, asumiendo desde su propia inmutabilidad las categorías de espacio y tiempo en su más íntima dinámica.

Y toda Kénosis tiene dos direcciones: Uno que abaja al Dios vivo hacia el hombre asumiendo la pobreza y la debilidad de la finitud, y otro que hace elevar al hombre hacia la esfera de Dios como un gran camino de divinización.

Y en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, se dan estas dos direcciones fantásticas de la Kénosis divina.