La evangelización, tarea principal

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 

Anunciar, testimoniar y seguir a Jesucristo es la tarea más específica de la Iglesia en su andadura desde el principio de su fundación hasta el final de los tiempos.

Jesucristo mismo, desde el principio mismo de su fundación y de su vida pública, anunció el Reino de Dios como el plan salvífico que Dios Padre tenía para el hombre y para la mujer, caracterizado por un amor incondicional hacia la andadura histórica de la humanidad, caracterizada por una mezcla de perdón y venganza, de misericordia y justicia, de pecado y de gracia…

Pero atrás la resurrección de Jesús, el triunfo pascual de Cristo, el predicador del Reino de Dios pasa a ser anunciado como el Señor y el Salvador, mediador único de toda la realidad y el Camino que nos acerca a la felicidad y al sentido absoluto de la vida.

Y este anuncio se convierte sin más en la propuesta de la Iglesia. ¡Es más!, la Iglesia no existe en sí misma sino para este anuncio: ¡La Iglesia existe para evangelizar!

Y este anuncio, que proviene de la “ipsissima intentio” de Cristo, es la razón de la misión de la Iglesia a lo largo de toda su andadura histórica y el motivo de su existir.

La misión de la evangelización posee el rasgo de la universalidad. El mismo Cristo proclama esa exigencia: “Id al mundo entero y predicad el evangelio”… Todos los pueblos, sin distinción de razas o condición geográfica, están invitados a conocer este don y la Iglesia, como continuadora de Cristo, tiene la obligación de ofrecerla a todos.

Este mandato, venido de la misma “intencionalidad de Cristo”, ha sido el factor fundamental y el motor prioritario que ha a la Iglesia a cristianizar en los cinco continentes.. Ese mismo mandato fue la causa principal que llevó a las comunidades cristianas del principio de lanzarse a la evangelización del Imperio Romano y los pueblos bárbaros, teniendo en consideración la fidelidad y el seguimiento de Jesucristo.

Y este anuncio misionero debe tener en consideración dos elementos irrenunciables: por un lado, la fidelidad al evangelio y al mismo Cristo, y, por otro lado, el amor y el respeto  a la cultura donde se desarrolla la vida del mismo ser humano que va a ser evangelizado.

Este respeto a la cultura y el amor al propio ser humano debe ser intrínseco a la misma dinámica evangelizadora, y ha sido una constante en la evangelización a lo largo de la vida de la Iglesia, aunque en ocasiones no se ha respetado esa “inculturación”… ¿Acaso se puede entender la cristianización de la filosofía griega y romano sin ese respeto a la cultura que era evangelizada?, ¿Acaso se puede entender la evangelización de pueblos no occidentales sin este dinamismo de inculturización? ¿Acaso se puede entender la evangelización de los paganos por parte de San Pablo sin comprender ese amor a su cultura y a sus coordenadas históricas?.,..

Hoy más que nunca necesitamos encontrar el celo ardiente que nos devuelva ese amor a la fidelidad a Cristo y nos entusiasme por dentro para evangelizar sin miedo a equivocarnos.