La doctrina social de la Iglesia

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 

        

            En la sociedad misma hay una tendencia a ubicar a la Iglesia en la esfera de lo privado y mirar con recelo toda manifestación pública cuando aborda problemas laborales, sociales y políticos que afectan a la sociedad misma, en la cual hay cristianos que son ciudadanos.

 

Incluso hay mayorías en la sociedad que están convencidas de que la Iglesia es espiritualista y ajena a los problemas concretos del hombre, sobre todo en la dimensión laboral y la relación de los obreros-empresarios.

    Pero la Iglesia ha abordado con una clarividencia enorme los problemas laborales y sociales, afirmando los deberes y derechos tanto del obrero como del empresario.

 

Ha reconocido que toda persona tiene derecho a poseer bienes privados y que el obrero tiene derecho a un salario que le procure un sustento digno para él y su familia. También tiene derecho a asociarse para defender sus derechos de forma colectiva y solidaria, al tiempo que pueda realizar su trabajo en condiciones humanamente dignas (respeto, libertad, ausencia de tensiones, higiene, descanso adecuado...), y el deber de desempeñar su tarea con responsabilidad.

 

Ha afirmado que el empresario tiene el deber de pagar a sus obreros un salario digno al tiempo que los beneficios de la empresa reviertan en los trabajadores y, en definitiva, en la sociedad.

 

 ¿Acaso estas manifestaciones, que brotan de la defensa del hombre mismo, avalada por documentos tan importantes como “Rerum Novarum” (León XIII), “Quadragessimo anno” (Pio XI), “Mater et Magistra” (Juan XXIII), “Pacem in Terris” (Juan XXIII), “Populorum Progressio” (Pablo VI), “Laborem Exercens” (Juan Pablo II), “Sollicitudo Rei Socialis” (Juan Pablo II) y “Centessimus Annus” (Juan Pablo II), no son un reclamo para que nadie pueda tachar a la Iglesia se espiritualista y ajena a los problemas del hombre actual?

 

¿Acaso no tiene derecho la Iglesia de levantar la voz en defensa de la dignidad humana en el mundo laboral, en ocasiones tan deshumanizado y tan competitivo, brutalmente despiadado, que va dejando exhaustos a muchos que quieren ser honrados y justos en el mundo laboral?

 

¿Tienen derecho todas las instituciones a manifestar sus mensajes como algo normal en una sociedad democrática y la Iglesia ser mirada con recelo cuando aborda los problemas desde un espíritu evangélico que aboga por la defensa de la dignidad y la calidad de vida del ser humano?