El don de amar y ser amado

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

                     

                   

En una reunión de catequesis un grupo de jóvenes reflexionaba vivamente cuál era el don más valioso que tenía el hombre que lo distinguía del resto de los animales. Un joven afirmó que la distinción radicaba en que el hombre es un animal "gestador de cultura". Una joven comentó que la distinción recaía en su capacidad de pensar. Otro joven dijo que el hombre se diferenciaba de los demás animales por su capacidad de aprendizaje y gestador de situaciones nuevas que van más allá de su registro genético. Pero otro joven, quizá el más tímido y más callado, que en todas las reuniones se sentaba casi escondido, sentenció que la distinción estaba, según él, en que el hombre es el animal que ha recibido "el don de amar y ser amado".

 

¡Qué bellamente expresó aquel joven, seguramente deseoso y necesitado de amor, que la diferencia más radical estaba en la capacidad del hombre para amar y ser amado!

 

¡Qué sabiamente intuyó aquel joven que sin el amor el hombre se acerca más al lado salvaje y lo aparta de los sueños más fuertes de los hijos más buenos de la humanidad, siempre preocupados por alcanzar las cotas más grandes del amor!

 

¡Qué bien supo expresar Madre Teresa de Calcuta que “el mayor pecado es la ausencia de amor y de caridad, la terrible indiferencia con el prójimo que, al borde del camino, está expuesto a la explotación, a la corrupción, a la indigencia y a la enfermedad”!