Correo LXXXII: Ana y una vida en clave de trabajo y belleza

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 

 

Ana: 

Hace unos días que no se nada de ti y, hoy, al abrir los correos electrónicos me vino como un soplo de aire fresco el tuyo. ¡Te lo has pasado estupendamente y me alegro sobremanera!

Ya decía Gracián que “un hombre para serlo completamente, tenía que vivir tres vidas y emplear la primera en hablar con los muertos (leer); la segunda con los vivos (viajar) y la tercera, consigo mismo (reflexionar)”. ¡Y cuando viajamos, Ana, nos damos cuenta que el mundo es más grande que nuestro pueblo!

Emociónate con la gota de rocío que se posa en los cristales de tu ventana, con el ramillete de estrellas que engalanan el cielo, la sonrisa del niño que se siente acogido y querido, la compasión del hombre que no se deja llevar por el odio y la revancha, la grandeza de la naturaleza que engendra la vida, la magia del fuego en la intimidad de tu chimenea, la maravilla serena de un paisaje contemplado en la altura de la montaña, la rebeldía de los jóvenes que se resisten a resignarse a este mundo tan poco dado a querer... ¡Si, la vida misma no necesita de milagros extraordinarios. La vida misma es un milagro!

Quiero recordarte, Ana, que construir la vida es lo difícil. Saborear la vida a borbotones y comprender que superar el desánimo cada mañana para volar más allá de la medianía son los mayores arpegios de una vida llamada a ser vivida en claves de trabajo y belleza. 

Una guía turística visitaba con un grupo de turistas una gran catedral gótica de CentroEuropa. Comentaba con pasión cada detalle de la misma e hizo un magnífico comentario: “El artista gótico buscaba la gloria de Dios y no solamente la alabanza de los hombres. Creía firmemente que la obra bien hecha es grata a Dios y se esmeraba no solamente en los lugares más visibles, sino especialmente en los rincones menos visibles y más recónditos”.

¡Qué gran don esta visión del trabajo bien hecho como una ofrenda agradable a Dios frente a una concepción de la chapuza y del trabajo con poca profesionalidad que se han impuesto por doquier en nuestra sociedad!

¡Qué estupendo si recuperáramos este amor hacia el trabajo perfeccionado y descubriéramos que con el trabajo estamos colaborando con el Dios Creador, comprendiendo al hombre como “co-creador” con Dios en la gestación del mundo cada vez en sintonía con el “cielo nuevo y la tierra nueva”!

Ana, contempla a las hormigas en una tarde cualquiera. Todas ellas, trabajadoras e incansables, almacenan alimento, en ocasiones portando el doble que su peso real. ¡Y qué sentido de la organización, necesaria e imprescindible para la supervivencia. 
Cuando sientas que el cansancio te paraliza, el individualismo te corroe, la pereza te invade mira a las hormigas y verás cómo descubrirás una maravilla de la naturaleza que es más extraordinaria que las estrellas. 
Si algún día quieres crecer en tu amor al trabajo y en la cooperación altruista a la especie misma mira a un hormiguero y, entonces, con espíritu de conversión, te elevarás por encima de ti misma hacia la perfección desde el amor al trabajo. 


Un amigo.