Correo LXXIV: Ana y su afán de superarse

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

   

Ana: 

¡Estás harta “hasta el moño” de ti misma” y no te soportas! ¡jajaja, cómo me gusta esa expresión en ti!

Me comentas que discutes por todo, que con tu madre es insoportable el nivel de conflictividad en casa. Has discutido con tus amigas “de toda la vida” y que te sientes un “un trasto viejo”. ¡Si, una recaída más en tu agitada vida adolescente!

¡Rebelarse contra si misma será la mejor manera de mantenerte viva y de lograr cotas de perfección!

Afirmaba el Papa Pablo VI que “El hombre no se realiza a si mismo si no es superándose”. 

Cierto es que la superación está depositada, como una tendencia direccional, en el propio centro de sus motivaciones, sentimientos, pensamientos, palabras y acciones, ya que, como bien argumentaba Pascal, “el hombre se supera a si mismo infinitamente porque siempre está en camino hacia la plenitud infinita”. 

Ana, la realización personal jamás es una conquista definitiva, porque no es una situación permanente sino una tendencia hacia un final decisivo, que jamás la alcanzamos en su totalidad, porque es una situación infinita. ¿Verdad que es así?

Solamente el que aspira continuamente a la perfección, y tiene a la insatisfacción como su aliado, será capaz de encontrar una superación a sus crisis más vitales y a su mediocridad más manifiesta. 

Superarse a si mismo es una de las claves más satisfactorias y sabias de la persona autorrealizada, y seguro que los grandes de ayer se exigieron antes a si mismos para luego proponerlo como camino válido a los demás. 

Ana, realmente la más dura conquista de un ser humano es ser “él mismo”. Pero solamente, para que esa conquista sea eficaz, necesita ser sellada por el amor. 

El amor genera un dinamismo que difícilmente puede ser destruido por las dificultades. 

Verdaderamente esa conquista es continua prácticamente desde que nace y es necesario que vivamos la advertencia de Franz Kafka: “Empieza de una vez a ser quién eres en vez de calcular quién serás”. 

Pero el amor y la tarea constante de ser uno mismo, sin máscaras ni disfraces para que sea verdaderamente humana, necesita ser atravesada por la bondad. 

Es cierto que en muchas ocasiones la bondad no ser realiza con intencionalidad verdadera y auténtica, y había que escuchar a Francisco de Quevedo: “Si haces el bien porque te lo agradezcan eres un mercader y no un bienhechor, eres codicioso y no caritativo”, pero sin bondad, la vida misma se hace cruel y el camino no pasa de la selva. 

Un amigo.