Correo LXII: Ana y "signos preocupantes" en la Iglesia

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

   

Ana: 

El correo anterior que te mandé hablaba de luces en la andadura de la Iglesia en este tiempo, pero no pienses que quise olvidar las grandes sombras que anidan en su interior. ¡No creas que ha sido mi intención!

Por esta razón he querido profundizar en esas sombras y compartir contigo la preocupación de muchos en el peregrinar de la Iglesia en nuestra cultura occidental y actual. ¡Los signos de sombras deben ser siempre señales que nos ayuden a mejorar y a reorientar nuestros propios planteamientos! 

El talante evangelizador y la apertura con la cultura actual parecen que han disminuido en la andadura histórica de la Iglesia en Occidente. 

La tensión para llevar el evangelio a terrenos no abonados y recelosos de la presencia institucional de la Iglesia parece cada día menos evidente. 

El pulso entre la corriente conservadora, preocupada en conservar lo cultural y lo institucional, y la corriente misionera, preocupada en el diálogo y la cercanía con las fronteras de la cultura, parece haberse decantado por el primero. 

La vida de las comunidades se han estabilizado sin remedio en un compás de espera, como en una auténtica agonía de cansancio y rutina. Recelosas de cambios, palidecen en el cumplimiento y en la escasa ilusión evangelizadora, mientras el mundo sigue su curso y se aleja sin mucho ruido de la Iglesia. 

Cada vez más lo religioso se silencia como algo marginal y de poca relevancia social, mientras los planteamientos cristianos dejan de ser referentes en el ámbito público. 

La catequesis se hace cada vez menos eficaz en la dinámica de las comunidades y el cansancio se constata en muchas de sus manifestaciones. 

La dispersión eclesial se intensifica por la ola creciente de individualismo y el deficiente sentido comunitario de gran parte de los cristianos, que en muchas ocasiones está marcados por una insuficiente conciencia de pertenencia a la Iglesia local y diocesana. 

Hay una excesiva dispersión en el interior de la vida pública de gran parte de los creyentes de nuestros grupos y parroquias, que reducen su opción de fe a un planteamiento privado y de relevancia escasa en la vida social, política y profesional…

Ana, este diagnostico a la Iglesia española, no debe llevarnos al abandono sino en plantearnos un nuevo talante evangelizador. 

Quiero contarte una historia preciosa: San Francisco de Asís gustaba de rezar en una Iglesia estupenda, pequeña, pobre, hecha de piedras en el Rio Torto, llamada San Damián. San Damián tenía unas grietas considerables en las paredes y en el techo. En realidad, la Iglesia estaba en ruinas, y en ella pendía sobre el altar, colgado, un estupendo crucifijo de madera de estilo bizantino.

Un día, observando el crucifijo, tuvo la impresión de que movía los labios, y oyó una voz que le decía: “Francisco, repara mi casa que, como ves, está completamente en ruinas”.

Aquellas palabras estuvieron presentes en la vida de San Francisco desde entonces como unas palabras mágicas que le llevaban a reparar no sólo la Iglesia de San Damián, sino la Iglesia de Jesús extendida hasta los confines del mundo.

¡Siente estas palabras en tu vida y como cristiana recuerda que Jesús te llama a reparar su Iglesia con tu fe y tu ejemplo!

Un amigo.