Correo LCI: Ana y la unidad de la Iglesia

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 

 

Ana: 

Jean-Paul comentaba que “la felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace”.

¡Qué bien supo expresar Sartre, este filósofo preocupado por la identidad y la libertad de elección, que la felicidad no está en hacer muchas cosas ni en poseer todos los tesoros del mundo, sino en querer y degustar lo que haces!

Muchos hombres y mujeres estuvieron rodeados de muchas cosas pero le faltó enamorarse de su trabajo y de sus actos, de su destino y de su existencia. Y fueron desgraciados auténticos, que deambulaban sin ilusión por la vida.

Sartre supo que la libertad y la aceptación de la responsabilidad son los valores principales de la vida y que amar lo que haces constituye la esencia misma de una vida humana satisfecha. 

Me comentas que en tu barrio han abierto una Iglesia cristiana evangélica y muchos habitantes se han escandalizado. Y tu pregunta brota como un saltador de la fuente: ¿cómo vivir unidos en un mismo espíritu, subrayando la posibilidad de diversidad de opiniones ?, ¿cómo ser uno en Cristo Jesús crucificado cuando tantas opiniones nos separan y tantas cosmovisiones se cruzan entre nosotros como un muro "insalvable"?

Ana, la Iglesia como pueblo de Dios está llamada a vivir la unidad. Desde siempre la tensión entre vivir la comunión y comprender la diversidad ha sido un reto de primera magnitud en la historia de la Iglesia, que ha llevado en ocasiones a rupturas significativas.

San Pablo exhortaba a la comunidad de Corinto con estas palabras: "Os ruego, hermanos en el nombre de Cristo Jesús, nuestro Señor, que os pongáis de acuerdo y que no haya divisiones entre vosotros. Vivid unidos en el mismo pensar y sentir" (1 Cor 1,10). Y, precisamente, estas palabras resuenan con fuerza en este nuevo milenio.

La crucifixión de Cristo alcanza a todos los hombres y el simil del cuerpo humano sirve a San Pablo para subrayar la unidad del Cuerpo de Cristo, la Iglesia: "del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos ellos, aún siendo muchos, forman un solo cuerpo, así también Cristo... Vosotros sois el Cuerpo de Cristo y cada uno en particular es parte de él" (1 Cor 12,12.27).

Los cristianos debemos vivir unidos, aunque la unión no quiere decir uniformidad. La unión tiene que se de corazones y de espíritu. Deben aunarse el amor a Dios, el Dios manifestado en Jesucristo, y el amor a los hermanos. 

En esta época de división y confusión de grupos dispares dentro y fuera de la Iglesia que aspiran a tener la última respuesta, de una realidad eclesial de división entre Iglesias cristianas y grupos enfrentados ideológicamente, la llamada a la unidad constituye una exigencia de primera magnitud y un reclamo para la Iglesia de este tiempo.

Bueno sería escribir en las paredes de nuestra casa la norma de San Agustín de Hipona, en el siglo IV, señalaba a la Iglesia: “en lo necesario, unidad; en lo opinable, libertad; en todo, caridad”.

Un amigo.