Correo LCVIII: Ana y la tristeza 

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 

 

Ana: 


Me comentas que te has levantado triste y malhumorado, sin ganas de hablar y bastante “deprimida”. Todo, de pronto, se ha teñido de gris . ¡Si, la tristeza es un “monstruo” que lo invade todo y lo penetra todo, destrozando la alegría por doquier, y es necesario recuperar la alegría en nuestras vidas!

Cierto día una niña estaba en una misa. El sacerdote invitó para que hicieran peticiones. Y aquella niña levantó la mano derecha, y tímidamente exclamó: “Señor, te pido para que los malos se conviertan en personas buenas y los buenos sean alegres”.

La petición de aquella niña le hizo comprender al sacerdote la necesaria urgencia de la bondad y la alegría en el mundo, sobre todo en el ambiente social en el que vivimos, en ocasiones cargado de violencia, odio, recelo y tristeza.

El mundo necesita grandes dosis de alegría para encontrar su verdadera identidad, que no es otro que el amor, el amor místico purificado y creador permanente. Y la cruda realidad es en múltiples ocasiones los buenos desfiguran la cara y la seriedad se anida en cada facción de su rostro.

Y bien decía la gran santa española y doctora de la Iglesia, Santa Teresa de Jesús, que “un triste santo es un santo triste”.

Ana, pidamos al Señor que nos conceda el don de la alegría y la bondad a borbotones para que no se instale en nuestro ego la tristeza, la seriedad y la maldad.

Y, en medio de este consejo vital de esa niña “inspirada”, quiero manifestarte con fuerza que no seas “pasota” ni “mires a otro lado” cuando veas injusticias a tu alrededor. Bertold Brecht era uno de los poetas más comprometidos y escribió este maravilloso texto, que nos recuerda el daño que nos hacen la indiferencia y los prejuicios: “Primero se llevaron a los comunistas pero a mí no me importó porque yo no era. Enseguida se llevaron a los obreros pero a mí no me importó porque yo tampoco era. Después detuvieron a los sindicalistas pero a mí no me importó porque yo no soy sindicalista. Luego apresaron a los curas pero como no soy religioso tampoco me importó. Ahora me llevan a mí pero ya es tarde”.
¡Cuántas veces has mirado para otro lado y te has quedado sin sorprendente ante el sufrimiento ajeno porque lo has sentido demasiado lejano y los que sufrían tenían poco que ver con tu vida cotidiana!

¡Cuántas veces has olvidado que el mundo no es tan grande como parece y que en el fondo es una pequeña huella en el celeste universo, y que olvidarse de la solidaridad lo único que nos hace es anclarnos en nuestra poca memoria y en nuestro egoísmo más cierto!

¡Siente como tuyos los sufrimientos de los demás porque “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (G.S. 1). 

Un amigo.