Correo LV: Ana y la soberbia

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

   

Mi querida Ana: 

Tú eres grande en tu pequeñez y desde tus sueños puedes comprender que nadie te arrebatará los arpegios interiores que lanzan llamaradas sobre la árida existencia. 

Tú eres tan magnífica como tus sueños y sólo tus sueños condicionan tus pasos y tu joven existencia. 

Si sueñas que el mundo puede cambiar entonces tus pasos se encaminarán a poner un grano de arena en la construcción de una sociedad más justa y fraterna. Si sueñas que tú has nacido para ser grande tus motivaciones e intereses irán a beber de la fuente que mana el conocimiento y lucharás con todas tus fuerzas para superar la mediocridad y aspirar a lo perfecto.

Me dices malhumorada que estás harta de tu soberbia y que te encantaría no ser así. ¡Cómo me agrada tu propio combate para luchar contra tus propias debilidades y tus propias limitaciones en un mundo cada día más satisfecho en su propia mediocridad!

Ana, en el cuento de Blancanieves y los siete enanitos, la madastra era presumida y creía en su orgullo que no había nadie en el mundo tan bella e inteligente como ella. Quedó herida en su ego cuando descubrió que había otra más atractiva y la envidia más atroz la poseyó. Y decidió acabar con Blancanieves.

Y esa mirada orugullosa y rabiosamente soberbia es, en el fondo, la que nos envuelve a todos, desde el más chico al más grande.

La exigencia evangélica a vivir la humildad brota en toda su extensión como una urgencia para vivir en verdad.

Para vivir en verdad es necesario la corrección fraterna. La apertura al otro lleva necesariamente grandes dosis de purificación y de revisión para así purificar nuestras actitudes y conductas, palabras y sentimientos, proyectos y omisiones.

¡Ana, qué difícil es abrirse a la corrección fraterna...! Cuando alguien nos critica nuestra primera reacción, en la mayor parte de las veces, es el malestar hacia esa persona y nuestra reacción negativa la que prevalece, pero no olvidemos que sin esta corrección muchas dimensiones existenciales quedarán ocultas y seremos como la madrastra repelente, ensimismada en su ego y engañándose a sí misma en su orgullo.

Ana, Madre Teresa de Calcuta escribía en el año 1966 a las Hermanas de su Congregación unas recetas de medios para ser humilde: “Hablar de sí tan poco como sea posible, ocuparse de sus propios asuntos, evitar la curiosidad, no querer arreglar los asuntos de los demás, aceptar las contradicciones con buen humor, pasar por alto las faltas de otros, aceptar el reproche aún cuando sea inocente, ceder a la voluntad de los demás, aceptar los insultos e injurias, aceptar ser desatendido y menospreciado, ser gentil y dulce aún cuando provoquen a uno, no buscar ser admirado y amado, no escudarse nunca tras la propia dignidad, ceder en las discusiones aún cuando uno tenga razón, elegir siempre lo más difícil...”.

Ana, cuando te encuentres a un hombre y a una mujer humilde te sugiero que le mires atentamente y te preguntes sinceramente qué es lo que lo hace grande y lo diferencia de otros muchos de tu entorno.

Un amigo.