Correo LCIV: Ana y los imágenes 

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 

 

Ana:

Tu voz se confunde con el viento y, en ocasiones, son tus preguntas y tus referencias las que me hacen buscar en lo más profundo de mi mismo. ¡Gracias por todo! Hay lugares en el corazón que sólo pueden ser descubiertos en contacto con el otro, y, en ocasiones, una vida que no se abre a los demás se pudre, y se hace infecunda, insolidaria, egocéntrica, rastrera y autocomplaciente. 

Tu último correo hace referencia a tus amigos Andrés y Álvaro, que son cofrades de tu barrio, y están entusiasmados con las imágenes de sus titulares. ¡Ellos dicen que son lo más maravilloso del mundo y que no hay otras imágenes como esas! 

Tus vecinos, que son evangélicos, están escandalizados con esa devoción, que tachan de idólatra y supersticiosa. ¡Y estás hecha un mar de dudas y de confusiones! 

Ana, comprendo tu confusión y tus inquietudes. Realmente la Iglesia Católica admite la devoción a las imágenes pero siempre advirtiendo que no podemos quedarnos en ellas sino que nos acerquen al Misterio y tengamos advertencia del peligro de la idolatría. ¡No confundamos la imagen con lo que representa! ¡No confundamos “la imagen” con la realidad misma!

Necesitamos purificar nuestras motivaciones y debemos concebir que toda imagen debe ser un instrumento que nos ayude a profundizar los misterios de la vida, obras, palabras, pasión, muerte y resurrección de Cristo. Lo importante no es la imagen sino lo que representa y a lo que nos llama, que no es otra cosa que cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida.

Algunos estudiosos de la Religiosidad Popular y de la misma devoción a las imágenes en la Iglesia Católica han advertido que ha sido un medio válido para detener la expansión floreciente de las sectas en la sociedad. 

Sin duda alguna, Ana, que mucha gente “conecta con el sentimiento religioso” y con la fe cristiana por medio de este fenómeno de la imaginería religiosa, y en medio de grandes desviaciones se encuentran grandes luces que nos hacen vislumbran la presencia de Dios. 

Ahora bien, una devoción que esté separado de la vida y del amor al prójimo es perjudicial al mismo ser humano y es denunciado sin reservas por los profetas bíblicos y por el propio Jesús de Nazaret. 

Una devoción que no nos lleve a la Caridad es vacía y sin alma. La devoción auténtica nos tiene que llevar a la vivencia del amor y de la Caridad. San Vicente de Paul afirmaba con la contundencia de un testimonio coherente que “los pobres son nuestros señores”.

Nunca olvidemos que la pobreza es el rostro sufriente de Cristo que quiere ser amado y servido en los pobres, que nos recuerdan que los monstruos del sistema dejan a muchas masas en las garras de la miseria y la hambruna.

Seremos renovados en la caridad cuando no miremos con horror el drama del hambre y descubramos que Dios nos pide descubrirlo entre los pobres: “Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui extranjero y me recogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y fuisteis a verme” (Mt 25,34ª-36). 

Un amigo.