Correo LXXX: Ana y la oración en la trinchera

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

   

Ana: 
Me agrada sobremanera que vayas “ordenando tu vida”. Detrás de esos días tan oscuros donde te habías hartado de ti misma, parece que has sacado algo positivo, y haz decidido recomponer tu existencia. ¡Me parece fenomenal! 

¡Cómo me gusta la manera que aplicas las películas que visionas a tu vida, aunque no me parecen adecuadas algunas de tus sugerencias! ¡Has visto la película “La momia” y te gustaría ser cómo ella para poder recomponer tu cuerpo con las partes de otros! ¡Y rehacerte por entero para ser como a ti te gusta: perfecta!

Sin duda alguna, todos intentamos reencontrarnos con nosotros mismos y con nuestro propio pasado. ¡Reencontrarnos con nosotros mismos es también asumir nuestras propias debilidades y nuestros propios defectos! 

A veces, el paso del tiempo va arrinconando ilusiones y personas, y va acurrucando sospechas y complejos, que sólo la mirada hacia el otro lado es capaz de soportar. Pero, en cualquier esquina nos volveremos a encontrar con una pequeña luz que puede iluminar todo lo anterior.

¡Ana, cómo me gusta tu correo electrónico último! ¡Me cuentas que el otro día subiste al trastero de tu casa y que has encontrado, sin buscarla, una carpeta de tus años de catequesis cuando te preparabas para recibir el Sacramento de la Confirmación en tu parroquia! 

Ojeaste con nostalgia los papeles, algunos arrugados y llenos de dibujos, señales de muchos momentos de aburrimiento y de desgana, de amistad y de sentimiento, de alegrías y tristezas. ¡Y me cuentas lo mal que lo hiciste pasar, con tus amigas, al catequista, Antonio! ¡Si, reconoces que eras un “diablillo un tanto perdido”! ¡jajajaja! 

Y en esa carpeta encontraste una oración que en su momento te conmovió, y que ahora viene a ti con fuerza para iluminar tu vida. ¡Si, hay escritos que vienen a nosotros con “vida propia” y que son capaces de satisfacer nuestras propias necesidades! 

Una oración que escribió un soldado americano, muerto en África, y que fue encontrada en la su mochila: “Mira, Señor, yo nunca hablé contigo. Me dijeron que no existías... Pero esta noche, cuando estaba en la trinchera, una bala iluminó la oscuridad y vi tu cielo. Sólo entonces caí en la cuenta de que me habían engañado, al mirar con atención todo lo que Tú has hecho. Oh, Dios, ¿Y si me dieras un apretón de manos? ¿Cómo es posible que haya venido a parar a este infierno sin nunca haberte encontrado?

Yo te amo; quiero que lo sepas. Sabes, Señor, la batalla va a ser tremenda. ¿Y quién sabe si yo mismo no iré a llamar a tu puerta? A pesar de que aquí no hemos sido amigos, espero que Tú mismo me abras. Y, pensando en esto, me echo a llorar: ¡Oh, cómo querría haberte conocido antes! Ahora que te conozco ya no tengo miedo a la muerte.

¡Ana, gracias por compartir conmigo tus sentimientos y tus descubrimientos! ¡gracias por hacerme partícipe de esta oración magnífica!

Sin duda alguna, este oración las estrellas brillan con más fuerza y, tu nombre, con letras grandes, se ha escrito “en las paredes de la luna”. 

Un amigo.