Correo XXXVI: Ana y la oportunidad de las palabras

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 

Ana: 

¡Cómo descubro el esfuerzo que haces para crecer y controlar tu voluntad! ¡Cómo en tus escritos me manifiestas valiente y decidida a ser auténtica y responsable!

¡Eso me alegra sobremanera pero hay algo que quisiera comentarte a la luz de tu correo último!

Me dices que no puedes dominarte con la lengua y que tus esfuerzos al final terminan en saco roto. ¡Cómo te comprendo y descubro por experiencia propio lo difícil que es el dominio interior y el vencerse la lengua en nuestras relaciones cotidianas!

San Juan de la Cruz afirmaba que “mejor es vencerse en la lengua que ayunar a pan y agua”. Y, también el libro del Eclesiástico, ese libro sapiencial del Antiguo Testamento, tiene unas palabras maravillosas sobre el dominio de la lengua: “no avientes con cualquier viento ni sigas cualquier dirección. Sé consecuente en tu pensar y coherente en tus palabras; sé rápido para escuchar y calmoso para responder; si está en tu poder, responde al prójimo, y si no, mano a la boca. El hablar trae honra y trae deshonra, la lengua del hombre es ruina. No seas falso ni murmures con tu lengua” (Eclo 5,19-13). 

¡Qué lejos quedan estas sentencias sapienciales de la mediocre realidad que vivimos y nos envuelve! ¡Cuántas palabras, Ana, están excedidas en sus competencias y dichas de una manera inoportuna!

¡Con qué fuerza deben de resonar en nosotros estas palabras y deben ser escritas en nuestro corazón: “cuando las palabras son menos importantes que el silencio, es mejor callar!

¡Ana, Dios nos libre de los chismes y de los falsos comentarios que tanto prodigamos en nuestras relaciones humanas y cotidianas! 

En el chisme incorporamos palabras y declaraciones que nunca se dijeron y acciones que nunca se realizaron, pero que corren de boca en boca como la arena en el desierto. 

Y el chisme genera desconcierto y va unido esencialmente a la mentira, esa tela de araña que nos atrapa más y más sin darnos cuenta. Y lo más grave, el chisme fomenta un ataque al honor y la fama de los otros. 

¡Sin duda alguna, no siempre decimos lo que conviene ni en el momento oportuno, si queremos que las palabras sean más que añicos sentimentales y basura intelectual!

Alguien escribió una frase lapidaria que deberíamos vivirla siempre: “si no estás dispuesto a asentar por escrito y firmarlo, no lo digas. 

Un amigo.