Correo LXXXVIII: Ana y la homosexualidad

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 

 

Ana, ¡ayúdame a comprenderte y a entenderte! Me preguntas la opinión de la Iglesia sobre la homosexualidad. ¡Has descubierto que tu amigo Luis tiene “un novio” y eso te inquieta enormemente! 

Ana, la homosexualidad, a juicio de Don Marciano Vidal, es “la realidad humana total de aquellas personas cuya pulsión sexual se orienta hacia individuos del mismo sexo”. 

Hay tres niveles a tener en cuenta en la homosexualidad: la homogenitalidad (aspectos biológicos del sexo); el homoerotismo (aspectos emotivos) y la homofilia (aspectos relacionales). 

Son pocos los textos de la Biblia que se refiere directamente al problema de la homosexualidad (Gén 18,16; Lev 18,22; Lev 20,13; Rom 1,26-27; 1 Cor 6,9s; 1 Tim 1,9-11). La atención ética de la Biblia se centra en otros problemas como el de la injusticia, la desatención al pobre, la idolatría, e incluso cuando baja a los problemas sexuales, ocupan su atención San Pablo condena la actuación homosexual y los tres textos de San pablo provienen de listas de pecados que eran transcripciones de los catálogos estoicos que circulaban en su tiempo. 

Algunos afirman, Ana, que la Iglesia católica es la responsable de la actitud reacia hacia la homosexualidad. Sin embargo, en el Imperio romano la Lex Scantinia (226 a.C.) condena la homosexualidad y se aplicaba en casos de violación a menores. ¡Y eso anterior a la época del Cristianismo! 

También, en el siglo III d.C. el Emperador Filipo condena la prostitución homosexual realizada por los exsoleti. Poco después, Sixto Empírico afirmará que la ley prohíbe la homosexualidad a los romanos. ¿Se puede afirmar que el Cristianismo es el causante de la actitud reacia contra la homosexualidad? 

El tema de la homosexualidad no es obsesivo pero se le condena con claridad en los primeros escritores cristianos: Didajé, Epístola de Bernabé, Tertuliano, San Juan Crisóstomo. San Agustín y San Basilio hacen referencia a los peligros de la homosexualidad en la vida monástica, y hay claras condenas en decretos de Sínodos y Concilios locales. Actualmente la postura oficial católica admite la distinción entre estructura y ejercicio, entre ser homosexual y comportarse homosexualmente, entre comportamientos “desintegrantes” (aberraciones, prostitución...) y comportamientos que propician y manifiestan la “integración homosexual”. 

Además hace una distinción “entre los homosexuales cuya tendencia, proviniendo de una educación falsa, de falta de normal evolución sexual, de hábito contraído, de malos ejemplos y de otras causas análogas, es transitoria, o al menos no incurable, y aquellos otros homosexuales que son irremediablemente por una especia de instinto innato o de la constitución patológica que se tiene por inarrable” (Persona humana 8, AAS 68, 1976). 

Aunque la postura oficial católica reprueba todo método pastoral que reconozca una justificación moral a estos actos, sin embargo, se afirma que “indudablemente esas personas homosexuales deben ser acogidas, en la acción pastoral, con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia” (ib 84-85). 

Un amigo.