Correo LXXI: Ana y la autoestima 

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

   

Ana: 

Me has comentado en el último correo que has ido con tus amigas a un campamento de verano y que has venido radiante físicamente pero un poco cansada. 

¡Estabas hasta arriba de tus compañeras y que has descubierto alarmada que la convivencia es difícil! ¡Te llevas estupendamente con tus amigas y, de pronto, después de varios días juntas ya surgen las tensiones y los problemas!

Y, lo más grave, es que has perdido tu autoestima. ¡Has sido atacada verozmente por algunas compañeras y has vivido “tu propio infierno”!

Ana, ciertamente la convivencia es difícil siempre, y, como tú ves, no solamente en tu casa con tus padres y tus hermanos. A veces, crees que salir de tu casa es la solución a tus problemas y descubres que no es así. 

Te invito, Ana, herida en tu autoestima ante los ataques de tus compañeras, que desarrolles el don valioso de la autoestima: no tengas miedo a comunicar tus sentimientos y tus pensamientos, acéptate a ti mismo como eres, esfuérzate en escuchar al que tienes a tu alrededor, ten un gran sentido del humor y la necesaria humildad para saber vivir en verdad, saborea las pequeñas cosas que tienes a tu alcance y vive la vida que te ha sido regalada, busca lo positivo que hay en cada persona y encuentra soluciones a los problemas que te depara la vida en vez de quejarte amargamente de ella.

Y la autoestima debe estar unida, Ana, con la compasión y la misericordia. 

Dios nos libre de aquellas personas que no se compadecen de nadie y que no les importa el sufrimiento ajeno. Se repiten continuamente: “Yo tengo mis propios problemas. Allá cada uno con su vela”. Y esos son los que dan lástima.

Los que no se compadecen de nadie en el fondo no aman a nadie y sólo buscan en el mundo alguna emoción que les haga olvidar su desnudez y su avaricia egoísta que les empobrece enormemente.

Dios nos conceda en este día el don maravilloso de compadecernos hasta de las piedras y esta compasión nos llevará más allá de nuestro ego, haciendo nuestro el lema evangélico: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédelo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas” (Mt 7,12).

Ana, todos descubrimos, en esos momentos en que nuestra autoestima es amenazada, que hemos nacidos para ser amados. Toda lo que nos rodea ha sido creado para que aprendamos a ser nosotros mismos y ser reconciliados con el amor. 

La realidad que no es amada se mantiene callada para las personas, pero cuanto es deshojada y abrazada hasta los hechos más lamentables y terribles para el ser humano cobran un significado especial.

Muchos hombres y mujeres pasaron por la vida con la sola intención de violentar a los demás y de hacer daño a todo lo que les rodeaba, pero otros amaron todo cuanto les rodeaba, desde la hormiga hasta sus semejantes, y en la hora de su partida sonrieron gustosamente porque eran devuelto a la armonía final con todo lo creado y al abrazo compasivo del Misterio. ¡Ojalá tú seas una de ellas!

Un amigo.