Correo LXXVI: Ana y el testimonio de Van Thuan

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

   

Ana: 

Quiero hablarte sobre un gran testigo de la fe en nuestro tiempo: François Xavier Nguyên Van Thuân. En el año 1975, Van Thuân fue nombrado por el Papa Pablo VI arzobispo de Ho Chi Minh. El gobierno comunista definió su nombramiento como un complot y tres meses después lo encarceló. Estuvo encarcelado en las cárceles vietnamitas durante treces años, de los cuales nueve los pasó en régimen de aislamiento.

Van Thuân estuvo durante nueve años de aislamiento “en una celda sin ventanas, iluminado en ocasiones con luz eléctrica durante días enteros, o a oscuras durante semanas”. Le atormentaba la idea de tener que abandonar su diócesis y dejar que se hundieran “todas las obras que había levantado para Dios”. Pero, así lo comenta el propio Van, una noche, en lo profundo de su corazón, escuchó una voz que le decía: “¿Por qué te atormentas así? Tienes que distinguir entre Dios y las obras de Dios... Todo aquello que has hecho... son obras de Dios, no son Dios. Si Dios quiere que dejes todas estas obras poniéndote en sus manos, hazlo inmediatamente y ten confianza en Él. Él confiará tus obras a otros, que son mucho más capaces que tú. Tú has escogido a Dios, y no sus obras”. Desde aquel momento, una nueva paz llenó su corazón y ese pensamiento le acompañó durante los trece años de prisión. 

En la prisión, Van se convenció de que “vivir el momento presente era el camino más sencillo y seguro para alcanzar la santidad”. Se repetía “Yo no voy a esperar. Viviré el momento presente, llenándolo de amor”. 

El joven Obispo, al día siguiente de su arresto, pudo escribir a los suyos, para pedir lo más necesario: ropa, pasta de dientes... y “un poco de vino como medicina contra el dolor de estómago”. Sus fieles comprendieron que lo que verdaderamente pedía era “una botellita de vino de misa”. Ellos le enviaron una botella de vino con la etiqueta “medicina contra el dolor de estómago” y unas hostias escondidas en una antorcha contra la humedad. Diariamente, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma en la mano, celebraba la misa. Van repetía que “¡este era mi altar y ésta era mi catedral!. Era la verdadera medicina del alma y del cuerpo”. Años después, decía que “¡han sido las misas más hermosas de mi vida! 

Ana, la Eucaristía se convirtió para Van y para los demás cristianos en una presencia alentadora en medio de las dificultades. Se arreglaban para que hubiera cinco católicos con él... Cuando se apagaba la luz para dormir, Van se encogía en la cama para celebrar la misa, de memoria, y repartía la comunión pasando la mano debajo de la mosquitera. Fabricaron bolsitas con el papel de los paquetes de cigarrillos para conservar el Santísimo y llevarlo a los demás... Incluso hacían turnos para “adorar al Santísimo”... En ese tiempo, muchos cristianos volvieron al “fervor de la fe”, e incluso, budistas y otros no cristianos abrazaron la fe. 

François, inspirándose en San Pablo, escribió cartas a las comunidades desde la cárcel, que eran sacadas de la cárcel en unos calendarios viejos por medio de un niño de cinco años llamada Quang. Así escribió el libro “El camino de la esperanza”, libro traducido a varios idiomas. 

Un amigo.