Correo LII: Ana y el atentado del 11-S

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 

 

Ana: 

Me recuerdas con angustia que hace aproximadamente tres años, el 11 de Septiembre, aconteció la caída de las “Torres Gemelas” y que aún no puedes olvidar ese drama que dejó pretificado a todo el mundo. ¡Me dices que acababas de llegar del Instituto y que estabas comiendo con tu familia! ¡Parecía una película americana me comentas y tienes razón!

¡Si, Ana, hace aproximadamente tres años, el 11 de Septiembre del 2001, la fábrica de los sueños se tambaleó... Siempre supimos que la ola de violencia y terror que se proyectan en las películas, patrocinadas por hollywood, era agobiante y excesiva. Pero siempre los defensores de la libertad incondicional habían propuesto en nombre de esa libertad que era conveniente y necesario expresar esa dimensión en las pantallas cinematográficas. 

Hace aproximadamente tres años, la solución no fue el triunfo de los defensores del país y de la libertad, como tradicionalmente gustan los finales de esas películas “made in USA”, sino la destrucción de las torres gemelas en Nueva York y el Pentágono. 

De la misma manera que las grandes torres se desmoronaban ante el asombro del mundo, cayendo planta a planta a “efecto dominó”, también el orgullo y la defensa nacional se desvanecían por “arte de magia” ante los ojos incrédulos del mundo. 

Y la población americana y sus aliados dieron carta blanca al Presidente para ejercitar la guerra contra el terrorismo internacional, en ocasiones alentado y promocionado por los mismos gobiernos.

El “león herido” exige víctimas y la población necesita sacrificios para ver satisfecha su venganza. Y parece como si hasta ese momento toda guerra o conflicto, que se cuentan por cientos en el mundo, no hubieran tenido huella en ningún rincón del mundo o al menos hubieran dejado “casi indiferentes” a muchos, que se “rasgan las vestiduras” y piden la lucha contra el terrorismo internacional. 

Queda latente que los apoyos que los países hacen al terrorismo no quedan ocultados ni justificados cuando esos mismos terroristas se rebelan contra sus anfitriones.

Si este hecho sirve para mirar con ojos de recelo al terrorismo de cualquier parte del mundo, sea de la nación que sea, y dar carta de ciudadanía a la solidaridad mundial, entonces los frutos perdurables de esa grave acontecimiento no serán solamente los miles de muertos y ni la destrucción de unos edificios emblemáticos del país más influyente del mundo, el inicio de un conflicto con dimensiones mundiales que aun no sabemos qué alcance tendrá, sino el comienzo de un tiempo nuevo. 

¡Toquen las campanas, a gloria o a réquiem, “estamos en un nuevo milenio”! 



Un amigo.