Correo LXXVIII: Ana y "aprender a decir NO"

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

   

Ana: 

Gracias por tus correos que llegan de manera veloz, dejando una vida joven con inquietud y con grandes interrogantes. Ellos me ayudan a buscar también mis propias respuestas y a sentir cerca el frescor de lo joven, que aparece como una prioridad en mis oraciones. 

Me dices que esta semana te ha ido fatal, y que estás bastante baja de ánimo. Has descubierto con tristeza que tu amiga Irene, a la que has ayudado bastante en el Instituto y fuera de él, ahora, simplemente porque le has dicho que no a una de sus propuestas, te ha dado la espalda y que no te habla. ¡Y te sientes mal! ¡es normal tu estado de ánimo!

Sientes que el mal se impone. Me comentas con tristeza y con razón que haces muchas cosas por alguien, pero un día haces algo mal o le dices que no, y parece que ya no has hecho nada. ¡Todo se borra de la otra persona como si hubiera entrado un virus informático y todo lo elimina!

Me ha parecido muy valiente tu actitud, Ana. ¡Hay que aprender a decir no!

Gabriel García Márquez, uno de los escritores más importantes de lengua hispana, decía: “Lo más importante que aprendí a hacer después de los cuarenta años fue a decir no cuando es que no”.

Todos sabemos que decir no supone poner al mundo en contra tuya y rodearte de enemigos deseosos de tumbarte y sin sabores múltiples que no hacen más que complicarte la vida. Pero aquí está la verdadera diferencia entre aquellos que temen perder la vida y aquellos que quieren entregarla por un ideal más auténtico.

Un libro del análisis conciliatorio tenía un título sugerente: “ No digas sí cuando quieras decir no”. Aquí radica la grandeza de la persona madura y del que quiere hacer una opción valiente por la verdad y la libertad.

Ana, el “aprender a decir no” está íntimamente unido a la coherencia personal y a no “violentar la propia conciencia”. 

En cierta ocasión un joven se acercó a un hombre que tenía muchos problemas con los demás y le preguntó con cierta curiosidad porqué no le preocupaba los comentarios de la gente y porqué era tan independiente del juicio de los otros. 

El hombre le sugirió que él no era una moneda para agradar a todo el mundo y que siempre hiciera lo que hiciera estaría sometido al juicio "in misericorde" de los demás, hecho que en realidad poco le preocupaba. Él quería actuar en conciencia y jamás sentirse defraudado por su propia incoherencia.

Y aquel hombre recordó al joven unas palabras del evangelio: "¡Ay cuando todos los hombres hablan bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas" (Lc 6,26).

Y en ese mismo momento supo ese joven que el alma de ese hombre era grande y que hombres y mujeres como él hacen caminar a la historia por la senda del bien y por el camino del sueño.

Un amigo.