Correo XXXVII: Ana se rebela contra Dios

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 

Ana: 

Llevo varios días pensando en el último correo electrónico que me has mandado. ¡Los envíos son rápidos y no hay necesidad de cartero que llame a tu puerta!

Tenía que haberte contestado antes pero tus palabras eran demasiado hirientes para contestarte de inmediato. ¿Cómo susurrarte al oído cuando tus gritos se oyen en la distancia? ¿Cómo hablarte cuando tus heridas te invaden de sin sentido y de silencios?

Y me interpelas con demasiada violencia, como la de un ciego a su lazarillo, atacando la razón misma de mi existencia: Dios. 

Quisiera decirte, Ana, que si crees que no hay solución al enigma del hombre y de la vida, si piensas que el ser humano es un error y un fallo en la dinámica de la evolución, si afirmas que la vida del ser humano es un absurdo y un camino hacia la nada... entonces quisiera decirte que es muy triste tu vida y quisiera anunciarte, aunque no lo creas ahora, en medio de tu “noche oscura del alma”, que eres valiosa a los ojos de ese Dios que rechazas. ¡No dejes jamás de buscar una razón última que de sentido global a la realidad, al curso de la historia y a tu propia existencia!

Medita ese poema. ¡Es un regalo a tu propia pregunta y a tus propias luchas!

Si Dios no existiera,
si por un momento cerraras los ojos,
los diminutos ojos de tu rostro y de tus entrañas,
y pensaras que los muros del cielo, más allá de la luna,
más allá del viento, más allá de lo imaginable, estuvieran vacíos;
y sintieras que su presencia misteriosa es, a lo sumo, una hoja caída,
un pétalo seco en las cadenas de la historia, nuestra dramática historia,
entonces deja de palpitar, pequeño gran hombre de la existencia,
deja de palpitar y de existir en este mundo de contrastes,
deja de rebelarte en esas preguntas que estremecen los ecos,
en esas preguntas que paralizan los rezos.


Si Dios no existiera,
si por un momento te arrastrara el desengaño,
te dejaras galopar por la sospecha más ciega,
te subieras al caballo negro de lo certero,
y olvidaras que en este mundo no hay justicia,
no hay justicia total para los pobres e indefensos,
no hay libertad ni igualdad para los hombres crucificados,
entonces deja de soñar, pequeño gran forjador de la historia,
deja de esperar otra primavera más auténtica en este valle de lamentos,
deja de levantar las manos con esos enfermos sin respuesta,
en esas rebeldías que van más allá de los medicamentos.


Un amigo.