Correo XV: Ana pregunta sobre la muerte

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 

Ana, siento la muerte de tu abuelo. Ya se que para algunos de tu entorno es una “muerte natural” pero tú te resistes a aceptarlo. Tu abuelo tenía 90 años y has compartido tantas experiencias con él. ¡Te niegas aceptar su ausencia para siempre! 

Sin duda alguna, la experiencia más amarga de cualquier ser humano es marchar a los suyos, a los que compartieron con él grandes “jornadas del camino”, los que tienen rostro y nombre en su corazón y han creado lazos existenciales. ¡Tú parece que has creado tantos con tu abuelo que te duele hasta el corazón! Pienso que la sociedad actual, hedonista, promotora del consumismo más atroz e impulsora de una cultura desequilibrada ha arrinconado, e incluso se ha olvidado de la muerte y del sufrimiento, convirtiéndolos en espectáculos para entretener. ¡En las películas se matan a la gente sin piedad y se disfruta con ello! 

Toda muerte, pero especialmente las muertes de nuestros seres queridos sin importar la edad y la situación en que estén, son una amenaza para la vida del hombre. Ya está presente en el momento de nacer como la tendencia final. Ella arrasa personas, pueblos, civilizaciones, proyectos... Y ella misma puede convertirse en el gran muro que cuestione la existencia de Dios, cuando se concreta en un ser querido, en la matanza de inocentes, en la agonía lenta y tortuosa de enfermos en los hospitales. La muerte abre, a nivel filosófico, planteamientos profundos sobre la existencia humana y sobre el “gran quizás”. Para muchos, en los que me incluyo, no basta la postura agnóstica de instalarse seguros en lo presente, olvidando los desastres y las muertes de su alrededor, y negando la posibilidad de plantearse la pregunta sobre el más allá tachándola de inútil y vacía…. 

Para otros muchos, también yo me incluyo en esta postura, la postura atea, en sus múltiples vertientes, no basta para dar respuesta al destino final de las personas en su “conflictiva realidad”. Pienso que es una terrible pérdida no tener a la muerte como última instancia, o penúltima para los cristianos, de la vida del hombre actual. Ella se convierte en un principio de impulso para no instalarse en esta realidad para siempre como lo único existente, y abre la pregunta sobre el gran quizá de la vida más allá de la muerte. ¡Desearía que te lo plantearas!

Un amigo.