El Nazareno

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 

 

El Cristiano es, ante todo, el que procura vivir su humanidad, su religiosidad, su relación con los demás y con el mundo, en definitiva, toda su vida, a partir de Jesucristo.

            Lo distintivo del Cristianismo es una persona, Jesucristo, al que considera como salvador, decisivo, determinante y normativo para la vida del hombre y la mujer de siempre.

            Hoy, más que nunca, nuestra fe tiene que ser necesariamente cristológica, fundamentada en Jesucristo, muerto y resucitado. Necesitamos estar abiertos al encuentro con Cristo, que caminó por los campos de Palestina y llamó dichosos a los pacíficos.

            No olvidemos que el material evangélico es testimonio de creyentes para creyentes, que miran a Jesús con los ojos de la fe, y son testimonios de creyentes convencidos que, desde esa experiencia pascual, remiten toda su vida a Jesucristo resucitado. Pero, sin obviar esa mirada de fe pascual, reconocemos que la materia prima que usan esos autores son de primera mano y tiene una base histórica.

            Los evangelios no son biografías ni historias de Jesús, sino testimonios de fe y catequesis vividas por la comunidad cristiana. Son escritos a la luz de la Resurrección, y son iluminados desde este acontecimiento pascual todas las palabras, obras, acontecimientos y la vida toda de Jesús, pero no al margen de lo que real e históricamente fue.

            No desvinculemos nuestra vida de la experiencia y del encuentro personal con Jesús de Nazaret, el Cristo. Comprendamos que en los orígenes del Cristianismo existe una experiencia muy precisa, la experiencia de unos hombres, muchos de ellos marginados y alejados de la Ley, pescadores y recaudadores de impuestos, que descubrieron en ese Nazareno el encuentro gozoso con el Misterio.

            Jesús fue, sin duda, para sus contemporáneos y para la Iglesia primitiva, un hombre real, que tuvo unos orígenes humildes y tenía una “especial tendencia hacia abajo”.  El marxista E. Bloch afirmaba acerca de los orígenes humildes de Jesús: "Se reza a un niño nacido en un establo. No cabe una mirada a las alturas hecha desde más cerca, desde más abajo, desde más de casa. Por eso es verdadero el pesebre: un origen tan humilde para un Fundador no se lo inventa uno. Las sagas no pintan cuadros de miseria y, menos aún, los mantiene toda una vida. El pesebre, el hijo del carpintero, el visionario que se mueve entre gente baja, y el patíbulo al final..., todo eso está hecho con material histórico, no con el material dorado tan querido por la leyenda..."

            Y esta afirmación, poco tachada de tendenciosa hacia el material evangélico y favorable hacia la Iglesia, nos ayuda a comprender que tenemos que cimentar nuestra fe con el auténtico Cristo de la fe que no olvide los rasgos históricos de Jesús. 

            Desde siempre ha sido muy llamativo presentar a Jesús histórico al margen del material evangélico, y construir alternativas literarias a los relatos transmitidos por la Iglesia, especialmente en el terreno sentimental y amoroso de Jesús. Subrayemos que nada de esto nos dicen los evangelios, y la imaginación puede imaginarse lo que quiere.

 

 

            Muchas obras nos presenta la relación de Jesús con María Magdalena, pero nada de eso sabemos y especular es atrevido y poco histórico. Es probable, y no hay motivos para pensar lo contrario, que Jesús tuviera tentación de llevar una vida normal, familiar y tranquila como muchos israelitas, pero ir más allá sería entrar en la ficción y proyectar en Jesús nuestros propios deseos y temores.

            En este sentido, una de las últimas iniciativas literarias, ha sido la novela “

El Código Da Vinci” de Brown, que dentro de unos meses llegará a las pantallas de cine.  Thomas Reeser en el “Chicago Sun Times”, afirma sin rubor que,  “esta novela forma parte de un género que presenta un odioso estereotipo del catolicismo como un villano. El odio al catolicismo impregna todo el libro, pero las peores invectivas las recibe el Opus Dei”.

La trama y el argumento de la novela giran en torno a un asesinato que se comete en el Museo del Louvre. Robert Langdon, un profesor de la Universidad de Harvard, y una experta en criptología de la policía francesa tratan de encontrar al culpable.  En el proceso de investigación descubren la existencia de una hermandad secreta, el Priorato de Sión, que protege el más guardado secreto de la humanidad: la existencia de un descendiente de Jesucristo, concebido por María Magdalena, que es el verdadero Santo Grial. El pintor Leonardo da Vinci participó del enigma y dejó constancia de ello en símbolos secretos en sus cuadros. La organización religiosa Opus Dei se enfrenta a los indagadores para proteger los arcanos de la iglesia.

Son muchos los interrogantes que suscita esta obra: ¿No crees que si esta novela fuera un ataque al islamismo y a los pilares del mismo, ya habrían descalificado a este escritor por mucho tiempo?

 ¿No crees que ese libro sobre conspiración católica está lleno de chismes y con grandes “mentiras históricas” como por ejemplo que la Iglesia fue responsable de matar a cinco millones de brujas condenadas durante la Edad Media?

¿No crees que es bastante atrevido presentar a María Magdalena como descendiente de reyes, esposa de Jesús y madre de su hija? ¿Te parece sensato no darle credibilidad histórica al pasado “pecaminoso” de María de Magdala, como atestiguan los evangelios,  y si darle valor a “teorías esotéricas y gnósticas?

¿No parece “novelesco” presentar las Cruzadas como expediciones promovidas por Roma para destruir los documentos que revelaban a María Magdalena como el “Santo Grial” y como cabeza de  la Iglesia original que creó el propio Jesús?

           En definitiva, muchas obras literarias nos presentan la vida de Jesús distinta de la imagen que nos dan los evangelios, y toda tentativa de acercarnos a Jesús al margen de estos “relatos a la luz de la Resurrección” está desacreditada.                       Deseo que no te dejes llevar por libros como éste, ajenos al verdadero mensaje evangélico, porque especular es atrevido y  fantástico, capaz de proyectar en Jesús  las ideas personales, e interesadas, de cada autor que escribe sobre el tema.